EL APACIGUADOR CULPABLE
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 18.07.14
Los soldados holandeses condenaron a muerte a los musulmanes
QUE un tribunal holandés fallara el miércoles que el Estado
holandés es responsable de la muerte de 300 musulmanes bosnios asesinados por
las tropas serbias de Ratko Mladic es una noticia que a muchos llena de
satisfacción. Porque aunque condene específicamente al Estado holandés, en
realidad condena a todos los Estados que durante cuatro años no fueron capaces
de proteger a la población civil en los Balcanes ante la evidencia de las
matanzas. Y que solo se dejó llevar a una respuesta al agresor en Bosnia cuando
el presidente norteamericano Bill Clinton, en reacción precisamente a
Srebrenica, dijo «basta ya». Es una satisfacción para los familiares de las 300
víctimas sobre todo, para todas las víctimas de aquella guerra en general, para
la sociedad bosnia y para todos quienes seguimos con los recuerdos muy marcados
por la experiencia de aquella bárbara contienda. Aquella guerra la recordamos
tanto por la infinita brutalidad y crueldad, como por la indolencia y la eterna
equiparación y equidistancia entre víctimas y verdugos de que hicieron gala los
países desarrollados tanto tiempo. Que hicieron posible que se alcanzaran esas
cotas de ignominiosa fiereza. Que culminaron con aquella bárbara operación de
exterminio de las tropas nacionalistas serbias dirigidas por Mladic y su jefe
político Radovan Karadzic, pero organizadas y promovidas por el presidente
Slobodan Milosevic desde Belgrado. Tras la caída en manos serbias de aquella
ciudad el 13 de julio de 1995, que estaba bajo protección de unos 400 Cascos
Azules holandeses, fueron ejecutados a sangre fría y enterrados en fosas
comunes más de ocho mil varones musulmanes bosnios, entre los doce y los cien
años.
Aquello no sucedía en estepas desérticas remotas. Sino en
una guerra que cosechaba desde hacía cuatro años todo el interés mediático del
mundo. Y cuando desde 1991 se venían produciendo los más bárbaros crímenes de
guerra contra civiles, especialmente por las tropas del general Mladic. Hacía
ya tres años de las primeras grandes operaciones de limpieza étnica en Foca y
otras ciudades de Bosnia oriental que habían llenado los ríos de cadáveres
flotantes. Pero en esos cuatro terribles años hubo mucho empeño por no
identificar culpables. Hubo mucho esfuerzo por no ofender a quienes habían
provocado la guerra y que, como la tenían preparada y contaban con gran
superioridad de fuerzas, la iban ganando. Muchas cabezas cínicas en muchos
despachos poderosos apostaron por una rápida victoria de los peores. Para que
así volviera a haber calma. La ley del mínimo esfuerzo y sacrificio. Había que
estar allí por la opinión pública. Pero hacer frente al agresor poderoso era
otra cosa. Era la cristalización de esta Europa otra vez incapaz de estar a la
altura de las circunstancias, ayuna de decisión y valor, sobrada de excusas,
que se doblegaba una y otra vez ante la procacidad, la brutalidad y la falta de
escrúpulos de Milosevic. La Europa cobarde escondida detrás de la ONU inútil
daba tiempo, espacio y ocasión a las fuerzas serbias a sus conquistas a sangre
y fuego. Esta condena a esas tropas tan europeas como las holandesas es una
condena a la obsequiosidad ante el criminal y la pasividad ante el crimen. Los
soldados holandeses condenaron a muerte a los musulmanes al entregarlos a sus
verdugos. Y lo hicieron para no tener conflicto con estos. Por el bien de su
armonía con las tropas serbias bajo Mladic célebres ya por criminales, los
holandeses no intentaron mantener a los musulmanes, algunos casi niños, bajo su
custodia. Ahora han sido condenados los apaciguadores. Como corresponsables del
crimen. Ese es el gran triunfo de esta sentencia. Quienes no hacen frente al
crimen se hacen corresponsables del mismo. Ni más ni menos. Tomen nota.
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