«A SU IMAGEN»
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes. 23.12.14
Esta libertad se debe al valor absoluto que nuestra cultura
otorga al ser humano
UN buen consejo para hacer frente a la tantas veces
irrefrenable tentación de entregarnos al zeitgeist, al espíritu de los
tiempos, y someternos a la subcultura de la tribu televidente interconectada
está en recordar que el mundo no se estrenó anteayer. Cuanto más sepamos del
pasado, mejor entenderemos lo que pasa y nos sucede. Más libres y serenos somos
frente a imponderables y añagazas, y menos esclavos de modas, histerias y
pasiones. Es una buena práctica esforzarse por ir más allá de la historia
abstracta. E imaginar personas concretas hace cien, hace trescientos y hace mil
años en conflictos cotidianos, personales y políticos. En sus temores,
inquietudes, emociones y conocimientos condicionados por la época en que
vivían. Así es más fácil ponderar nuestras propias obsesiones, angustias y
entusiasmos. Todos los que nos precedieron y se convirtieron en polvo gozaron y
padecieron, sintieron como nosotros ser individuos únicos en el mundo.
Cierto es que el sentido de trascendencia está tan atrofiado
como el propio hecho religioso. Pero no es difícil explicar una continuidad en
la familia humana en la cultura occidental. Ha logrado construir a lo largo de
siglos de guerras, reformas y debates una sociedad libre y abierta que, con
todos sus grandes defectos y sus lacras, es admirable. Basada en la libertad de
la palabra y el pensamiento, ha sido capaz de incorporar a sus mecanismos
internos los recursos para la corrección de sus defectos y enmienda de vicios
sin poner en riesgo sus pilares fundamentales.
Si esta civilización ha llegado aquí y ha vencido en
desarrollo y eficacia, en compasión y libertad, a todas las culturas extrañas
alternativas, ha sido por la libertad de la que gozó la creatividad del ser
humano. Y esta libertad se debe al valor absoluto que nuestra cultura otorga al
ser humano, basado en la fe religiosa de que fue concebido a imagen y semejanza
de Dios. Que hoy sean muchos más los que dicen que Dios ha sido hecho a imagen,
semejanza y necesidad del ser humano no cambia en absoluto los profundos
anclajes de nuestra libertad, que están en el concepto del ser humano surgido
del Viejo y el Nuevo Testamento. Cuanto más conocimiento tengan sobre este
legado las jóvenes generaciones, mejor armadas estarán contra quienes quieren
desterrar a la ignorancia ese carácter sagrado del ser humano. Despojado de él,
la persona puede ser tratada como un animal más o menos sumiso y habilidoso
para sus experimentos sociales. Estos lo saben y por eso combaten todo
conocimiento del relato religioso judeocristiano en la cultura. Lo han hecho
con tanta eficacia que hoy un profesor puede preguntar en la Facultad de Historia
qué es el Monte Gólgota y nadie en clase lo sepa. Quedan muy pocos niños que en
el Museo del Prado sepan algo de lo que se expone o cuenta en los cuadros que
se les enseñan. Estos próximos meses hasta abril se da en Madrid una gran
ocasión para quienes quieran a sus hijos y nietos un poco más blindados contra
supersticiones políticas totalitarias. En una exposición en el Centro Fernán
Gómez sobre arte sacro titulada «A su imagen», se ofrecen obras soberbias de
grandes maestros en recorrido didáctico a través de los Testamentos. Desde el
Greco a Velázquez, de Rubens a Goya, de Cranach a Murillo, los genios forman un
espectacular paseo por el mensaje religioso de la Biblia. Y muestran a un
tiempo la historia de la persona en el mundo occidental. Es una gloriosa
exaltación del ser humano, del sagrado individuo, «a su imagen». Es una gran
muestra sobre el elemento clave diferenciador entre nuestro concepto de la vida
en libertad y otros, religiosos o políticos, que son sus enemigos
irreconciliables.
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