MIEDO AL ISLAM
Por HERMANN TERTSCHABC Lunes, 22.12.14
La amenaza yihadista La reacción
Una gran pancarta rezaba «Respeto y tolerancia, también para
nuestro pueblo», otra algo menor pedía «Mut zur Wahrheit» (Valor para la
verdad) y otra «Por la libertad de expresión». Esos eran tres de los mensajes
de la gran masa de manifestantes del pasado lunes en la ciudad alemana de
Dresde. Cada lunes son más los alemanes que se dan cita en estos encuentros. A
pesar de los intentos del poder por disuadir de acudir y su insistencia en
condenar los encuentros. Y sin embargo, estos, que comenzaron con apenas unos
cientos, reúnen ya a decenas de miles. Como sucedió en 1989 ante los ojos
incrédulos y mentes espantadas de los dirigentes de la Alemania comunista
(RDA). Lo consiguieron todo y el régimen que reprimió y difamó a aquellos
manifestantes dejó de existir. Las pancartas de 1989 en demanda de Verdad,
Libertad de Expresión y Tolerancia se han elevado con razón al relicario laico
democrático de la historia de Alemania. Lo que puede sorprender es que
pancartas que piden lo mismo que entonces ahora sean consideradas por la mayor
parte de la prensa y los políticos alemanes como consignas de la islamofobia,
la xenofobia, el ultraderechismo. Resulta inaudita la virulencia con la que
algunos medios de izquierda y derecha atacan a los organizadores. El ministro
federal de Justicia, Heiko Maas, se atreve a llamarlos «una vergüenza para
Alemania», términos de una contundencia que no se acostumbran a utilizar. El
objeto de la indignación, de la ira y las descalificaciones no es otro que
Pegida, asociación cuyo nombre es el acrónimo en alemán de Patriotas Europeos
contra la Islamización de Occidente. Un nombre que hace poco meses nadie
conocía y que hoy está en boca de todos.
No parece muy xenófobo el lema que pide «respeto y tolerancia»
y añade «también para nuestro pueblo», en referencia al alemán. Ni los que
exigen que Alemania no sea campo de batalla del fanatismo. Es una demanda que
sienten como justa millones de alemanes que creen que su dinero y su
hospitalidad son objeto permanente de abuso dentro y fuera de sus fronteras.
Parte lo han manifestado ya con su creciente apoyo a Alternative für
Deutschland (AfD), un partido contrario al euro. No es un fenómeno distinto al que
se ha generado en otros países europeos como Holanda, Suecia o Francia. En
estos países, sin el pasado traumático de Alemania, cristalizó pronto en
partidos de corte populista, algunos ultraderechistas. Es cierto en Sajonia,
cuya capital es Dresde, no existen las comunidades islámicas que hay en Berlín
o Bruselas, en los extrarradios de ciudades francesas u holandesas. Pero sí
existe el miedo a que las haya. La sociedad alemana oriental teme los efectos
de la actual oleada de inmigración por asilo político que se abate sobre
Alemania. Los centros de acogida no se construyen en las zonas residenciales
opulentas de Múnich, Fráncfort o Hamburgo en las que viven los directivos de
los medios celosos vigilantes de la corrección política. Pegida responde así a unos
miedos reales y legítimos de sectores de la sociedad alemana que no son mejores
ni peores que el resto. Pero que sí muestran el coraje de expresar una opinión
que muchísimos conciudadanos comparten y no proclaman por miedo a ser difamados
como ultraderechistas. Es evidente que la ultraderecha alemana quiere pescar y
pesca en ese río revuelto. Y lo es que la descalificación de los manifestantes
y desprecio a sus temores solo favorece a esa ultraderecha.
El mundo
siempre se asusta, y con razón, cuando cree ver surgir un movimiento de
ultraderecha en Alemania. Demasiado terrible es el pasado. Pero precisamente
por la presencia permanente de este pasado de horror, en Alemania no ha
existido desde 1949 ni existe hoy un fascismo, ni de derechas ni de izquierdas,
que ponga en riesgo las instituciones. Los intentos de combatir como si fuera
ultraderechista todo aquel que cuestione los tabúes de la corrección política
pueden ser contraproducentes. Porque el miedo al islam existe, por mucho que lo
nieguen los diarios de la corrección política. Porque tres generaciones después
de la llegada de las primeras grandes oleadas de musulmanes a Europa se percibe
el agotamiento de los intentos de integración. Que coincide con la irrupción de
un islamismo político que se proclama enemigo a muerte de nuestra sociedad. E
intenta imponer también en Europa leyes y costumbres de sociedades fracasadas y
subdesarrolladas. Sectores de la sociedad europea demandan respeto para sus
propias comunidades. Según una encuesta de Die Zeit, solo un 13% de los
alemanes consideran a Pegida absolutamente injustificada. Y un 77% apoyan total
o parcialmente a los manifestantes. Estos datos revelan que la sociedad en gran
parte acata la corrección política, pero no la comparte ni considera veraz.
Este abismo entre la opinión pública real y la opinión política publicada
estallará algún día. Porque los gobiernos han ignorado las legítimas demandas y
los temores de su población. Y nunca han exigido a la inmigración ese lógico,
necesario y asumible esfuerzo de integración en un país al que han acudido en
busca de ayuda. La tolerancia abusiva hacia una intolerancia importada dinamita
las reglas mínimas para que la tolerancia exista.
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