DE LA LEY Y LA LOCURA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 06.02.15
Cuántas veces los cálculos políticos de algunos
presuntamente sanos nos hacen dudar de su cordura
UN estudio de un equipo de especialistas del Pentágono
asegura que el presidente ruso, Vladimir Putin, padece el «síndrome de
Asperger», que es un desorden autista que influye en todos los procesos de toma
de decisiones. Este informe, que data de 2008 y revelado por el diario
norteamericano «USA Today», asegura que «su desarrollo neurológico se vio
considerablemente interrumpido en su infancia». Los analistas concluyen que «el
presidente ruso tiene una anormalidad neurológica». Lo cuento como llega la información.
Todas las grandes voluntades son como poco raras. A todos los grandes líderes,
demócratas, caudillos y tiranos, se les encuentran rareza que explique
características mejores o peores. Enfermos, psicópatas, adictos y inadaptados.
El cuadro clínico de Churchill no era probablemente mejor que el de Stalin.
Aunque para mi esté claro quién estaba más sano. A Hitler, desde pronto lo
supieron bien desequilibrado y con una patología que habría recomendado ingreso
perpetuo en Steinhof, célebre psiquiátrico de Viena. Con una preciosa iglesia
modernista construida por Otto Wagner. Convenientemente encerrado nos habría
evitado mares de sangre y muerte. Aunque la locura de Hitler no explique por
qué tantos alemanes cultos y sofisticados, supuestamente cuerdos, le siguieron
en su criminal locura. Ni cómo logró que se volviera loco todo un pueblo.
Está claro que el mejor mecanismo para evitar que llegue al
poder un personaje con un cuadro clínico complicado es una buena democracia con
unos filtros eficaces de transparencia, prensa libre, ciudadanos emancipados y
protegidos por la ley. Pese a ello, cuántos políticos y dirigentes democráticos
nos demuestran ser un peligro para ellos y para los demás. Cuántas veces los
cálculos políticos de algunos presuntamente sanos nos hacen dudar de su
cordura, esa condición tan relativa. Putin podría vivir con todo el afecto
garantizado de un Occidente que no quiere líos. Y que se había resignado a que
Rusia no fuera una democracia por mucho que lo quisieran algunos rusos. Le era indiferente
lo que hiciera Putin en casa. Y habría gozado de ayuda ilimitada europea para
la explotación de esa Rusia abandonada. Pudo haber sido un sátrapa mimado por
las democracias. Pero no, esa cabeza inquieta se empeñó en que tenía que
resucitar a la URSS. Y eso puso a muchos muy tensos. Porque las experiencias no
eran del todo buenas. Sonó el grito de «antes muertos que otra vez bajo el
Kremlin». Y ya estamos en una escalada bélica que podría hacer arder Europa
oriental, implicar a EE.UU. y poner a pensar a algunas mentes, nadie sabe cuán
sanas, en sus arsenales nucleares.
Tan mal se ha puesto todo que ayer se fueron de bomberos
nada menos que el presidente francés Hollande y la canciller Angela Merkel.
Primero a Kiev y hoy a Moscú. Para convencer a Putin que nadie le va a acosar
en su casa. Pero exigirle que deje de pisotear y matar vecinos. Sin respeto a
las fronteras, todo se complica mucho. Cuando se disolvió la URSS, Kiev entregó
a Moscú todo su arsenal nuclear (1.800 cabezas) a cambio del respeto a sus
fronteras. Garante era también EE.UU. Respetar pactos, acuerdos, compromisos y
leyes es siempre la mejor forma de vivir en paz y prosperar. Pero, con ser mala
la violación de una ley o un compromiso, lo peor siempre es la impunidad.
Multiplica los perversos efectos de la agresión o transgresión hasta
convertirlas en amenaza existencial. Porque además sustrae al gobernante los
límites que lo mantienen en la cordura. Hablamos de Rusia o de Grecia, pero
también de nosotros en España, este reino de la impunidad en el que vuelven a
brotar caudillos de proyectos demenciales.
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