EL PRECIO DE LA IMPOTENCIA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 13.02.15
Los nuevos escenarios bélicos en territorio ucraniano
dependerán de las necesidades y apetitos del presidente Putin
LA canciller Angela Merkel sabe con quién ha negociado para
frenar la escalada bélica en Ucrania oriental. Tras quince horas de
conversaciones y un plan de paz de trece puntos que han suscrito todos los
participantes y algunos declaran un gran éxito, lo primero que ha dicho la
canciller al llegar a la Cumbre Europea en Bruselas ha sido: «No me hago
ilusiones». Hace muy bien la señora Merkel. Tiene ese acuerdo las mismas
posibilidades de cumplirse que aquellos «alto el fuego» y «desmilitarizaciones»
que firmaba Slobodan Milosevic antes de cada ofensiva en las repúblicas vecinas
en la guerra de los Balcanes. Las fuerzas rusas tienen objetivos para los que
organizarán ofensivas cuando convenga. En primavera o más tarde. Quizás
ofensivas cortas, para conseguir el control del corredor entre Rusia y Crimea
por Mariupol. Pero quizás también mayores, una grande para llegar hasta el
Transniester moldavo y anexionar así, como Crimea, también Odessa y la costa al
mar negro. Antes de que se pusieran de acuerdo los europeos para imponer más
sanciones, Vladimir Putin habría dado solemne bienvenida en Rusia a estas
ciudades en gran ceremonia en el Kremlin. De vuelta en la gran casa rusa. «De
vuelta en el imperio». «Heim in Reich», decían en Alemania a partir de 1938
cuando celebraban una a una, anexiones, ocupaciones y conquistas, Austria, los
Sudetes, Danzig, la Bukowina
.
Los nuevos escenarios bélicos en territorio ucraniano
dependerán de las necesidades y apetitos del presidente Putin. De sus deseos de
aprovechar debilidades ajenas o por consideraciones de política interna rusa.
Dirán que su agresión responde a provocaciones ucranianas. Para poder hacerlo,
es evidente que no cederán a Kiev el control de la frontera entre Rusia y
Ucrania, tal como exige el punto 9 del acuerdo de Minsk. Por allí pasan
suministros, armas y soldados y oficiales. Oficiales, regulares y mercenarios.
Por allí pasa todo. Desde el vodka a los sistemas de misiles antiaéreos como el
que abatió al avión de Malaisian MH17. Y en sentido inverso y en camiones, los
cadáveres de sus caídos en tierras ucranianas que vuelven a casa. Otro punto
que jamás se cumplirá será el 10. Que exige la retirada de los combatientes
extranjeros y mercenarios, así como de sus armas. Todos saben que la estructura
del ejército supuestamente separatista es ruso de Rusia. Sin soldados y armas
de Rusia, nada de lo habido en año y medio habría sido posible. También han
acordado que la OSCE vigile el cumplimiento. Eso ya se acordó hace un año. Y
hace medio otra vez. Y en la práctica ha sido imposible la misión de los
aterrorizados observadores de la OSCE. Putin actúa, una vez más, como
Milosevic. Con la diferencia de que, como potencia nuclear, no ha de temer el
castigo final que sufrió el caudillo serbio. No estamos donde estábamos. Estamos
peor. Con más muertos, con más territorio invadido y con mayor certeza de que
Occidente ha aceptado la nueva versión de la «doctrina Breznev» que exige a
Ucrania se resigne a una soberanía limitada por respeto a los «intereses de
Moscú». Anexione Putin o no aquellos territorios invadidos, los pretende
utilizar para tener siempre a Ucrania encadenada. La Europa impotente se
resigna a aceptar que Moscú vete el derecho de Ucrania a ser una democracia
próspera en su seno. Porque si lo lograra, tan cerca que no se puede ocultar,
la población de una triste y estancada Rusia podrían pensar en intentarlo. Nada
sería más peligroso para Putin. Lo cierto es que el zar chekista sabe
sacrificar a los rusos por sus intereses. Y nosotros no sabemos sacrificar
nada. Y no ya por aliados o por principios. Ni por nosotros mismos.
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