LA MEJOR JUSTICIA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 20.03.15
La memoria como mirada limpia hacia el pasado intenta buscar
esa verdad que nos haga libres de rencor e inmunes al odio
EL Gobierno de Serbia ordenó el pasado miércoles la
detención de ocho ciudadanos suyos bajo la acusación de haber participado en la
matanza de Srebrenica. Veinte años después de los hechos, los ocho exmiembros
de la temida Policía especial serbobosnia son acusados de haber participado
directamente en la ejecución sumaria de unos mil varones bosnios musulmanes, de
los ocho mil que al final murieron en tres días de matanzas ordenadas por el
general Ratko Mladic. Estas detenciones tienen una importancia infinita, mayor
a la que tuvieron las detenciones del propio Mladic y el líder serbobosnio
Radovan Karadzic. Porque si aquellas detenciones por orden del Tribunal
Internacional de La Haya confirmaban la voluntad de cumplimiento por parte de
Belgrado con la ley internacional, estas han sido realizadas por iniciativa
propia. Y revelan así la decisión de Serbia de perseguir de oficio los crímenes
cometidos en su nombre, lo que supone un magnífico salto cualitativo. Es la
mejor justicia, la que sana y concilia. Perseguir los crímenes cometidos por el
bando propio en una guerra o cualquier conflicto en el pasado es la prueba
suprema de la voluntad de mejora y enmienda de una sociedad. Habríamos logrado
blindar la reconciliación de todo pérfido intento de capitalizar el dolor del
pasado para la política del presente. Hasta que Alemania no comenzó, también
veinte años después de los juicios de Nuremberg, ante sus propios tribunales,
los procesos contra criminales, la sociedad alemana no se abrió a este proceso
de sanación moral que trae consigo la verbalización de las verdades y la
condena a «los asesinos propios». Fue realmente entonces cuando comenzó en
Alemania el auténtico luto por las víctimas ajenas. Cuando se dio el paso de
condenar a aquellos que, desde el corazón mismo de aquella sociedad, habían
cometidos los peores crímenes en nombre del pueblo alemán. El célebre mensaje
el 8 de mayo de 1985 del presidente de Alemania, Richard von Weizsäcker,
marcaba como el acto básico en la honradez y todo renacimiento moral que la
sociedad asumiera la responsabilidad por los hechos perpetrados por los
propios, incluida la persecución de los crímenes cometidos en su nombre, en un
compromiso indeclinable para impedir que aquellos crímenes se repitan.
Si en España en la transición se hubiera asumido un
compromiso más expreso para lamentar especialmente las víctimas del bando
contrario y condenar los crímenes del bando propio, nuestra reconciliación
nacional habría estado menos expuesta al malentendido, la manipulación y la
desmemoria. Y habría podido resistir a las avalanchas de mentiras de una
izquierda que niega los crímenes cometidos en su nombre y se pretende impecable
en la tragedia de república y guerra civil. Siempre pretendió ejercer una
superioridad moral, pero abandonó totalmente la idea de la reconciliación
cuando llegó Rodríguez Zapatero con un revanchismo instrumental para su lucha
política. La memoria honrada convertida en integridad se refleja en ese
perseguir a los propios criminales y lamentar las víctimas ajenas con especial
firmeza para exponer la voluntad de enmienda histórica. Es exactamente lo
contrario a lo que hacen esas brigadas de la revancha que lanzó el zapaterismo
a agitar el odio con cada hueso que encontraran en una cuneta. Por legítimas
que sean las ansias de personas honradas que buscan a sus familiares. La
memoria como mirada limpia hacia el pasado intenta buscar esa verdad que nos
haga libres de rencor e inmunes al odio, firmes en la defensa de las
condiciones que impidan la repetición de aquella pesadilla. No en la agitación
permanente del victimismo para buscar condiciones para la revancha. Por eso es
tan importante lo sucedido en Serbia. Que consigue así, veinte años después de
aquel terrible crimen, una reparación para sí misma.
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