VALIENTES DEL MUNDO DE AYER
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 28.04.15
Por salvar la vida se hace
cualquier cosa. El ideal ahora es vivir el máximo tiempo posible, para la
mayoría, sea como sea
EL siglo XX nos dejó el legado casi imperecedero de algunos
de los más pérfidos canallas que recordamos en la historia de la Humanidad.
Pero también el testimonio de hombres de tan increíble ejemplaridad que son
apenas digeribles por la tiranía de la mediocridad actual. Que por eso hurga y
escarba hasta en el pasado hasta las heces, en busca de algo que haga caer a
los grandes hombres de su pedestal. Hay que encontrarles una desviación sexual
o un gesto de codicia, un hábito hoy cuestionable o un vicio, siquiera manía.
En realidad se trata de un esfuerzo supremo de nuestras sociedades fanatizadas
por el igualitarismo. Es el permanente esfuerzo por cortarle los pies o la
cabeza al que más ha crecido, para que no se le ocurra destacar por encima de
la monótona superficie formada por las cabezas de los demás. Es la deriva de
las sociedades modernas, no ya hacia la actitud del antihéroe ya consumada,
sino hacia la conducta de los roedores en el galeón que se hunde. Presumir de
cobardía era una moda de intelectuales en los años veinte del siglo pasado, en
solidaridad con quienes la habían sufrido en las condiciones más pavorosas e
infernales de la Primera Guerra Mundial. Hoy presumen de cobardía casi todos
los colectivos humanos, salvo el militar y el socorrista y sanitario, de
momento. No arriesgar nunca nada y huir ante cualquier peligro, aunque sea
imaginado, se ha convertido en la mayor prueba de un moderno sentido común. Que
considera que cualquier sacrificio que ponga en riesgo a uno mismo es un
disparate propio de fanáticos, necios o antiguos. Resulta lógico en las gentes
que no creen en nada superior a sí mismo y por tanto a su propia vida. No hay
dios, ni nombre, ni patria, ni honor, ni ideas que merezca el sacrificio de lo
único importante, que es la vida. Y por salvar la vida se hace cualquier cosa.
El ideal ahora es vivir el máximo tiempo posible, para la mayoría, sea como sea.
No solo porque esta deriva irreversible los hace ya tan
raros, me resultan a mí desde siempre fascinantes los grandes valientes del
siglo XX. Y me ha resultado particularmente dolorosa la muerte de uno de ellos.
Admiro a muchos valientes que lucharon en ese inmenso campo de batalla militar
e ideológica que fue la Europa de los totalitarismos. A muchos de los
luchadores por verdad y libertad, tuve la suerte de tratarlos ya ancianos. De
los que unieron su indoblegable voluntad de libertad y verdad a una inconcebible
valentía física destacaré hoy al británico Peter Kemp, jefe de los comandos
británicos en Albania; al genial montenegrino Milovan Djilas, el judío polaco
héroe del gueto de Varsovia Marek Edelman, y al católico polaco Wladislaw
Bartoszewski. Este último concluyó hace tres días una vida prodigiosa de 93
años en las que hizo la guerra al nazismo, pasó por Auschwitz y salió vivo para
unirse al levantamiento, combatió al estalinismo, otros seis años en sus
cárceles, fue profesor de universidad ilegal, editor, director de periódico
clandestino, dio inolvidables clases en Múnich en los años ochenta, inspiró,
organizó y codirigió el levantamiento de Solidaridad, fue ministro ya en la
Polonia democrática en dos ocasiones y justo entre las naciones por su ayuda a
los judíos en Polonia, con riesgo permanente para su propia vida. Bartoszewski
ha muerto nonagenario como un humilde cristiano. Con su permanente sonrisa y su
pétrea determinación por el bien, ningún sacrificio le fue nunca ajeno ni
excesivo. Y ahora le llega la muerte que tantas veces vio de cara, tras una
maravillosa vida como uno de los grandes entre los hombres valientes y nobles
del mundo de ayer.
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