LA GUERRA DEL PELUQUERO
Por HERMANN TERTSCHABC 10.04.15
El yihadismo se aprovecha de nuestras debilidades y de la
inanidad de los mensajes que dominan la vida cotidiana en los países europeos
desarrollados
FUE un ataque de una
calidad e intensidad no conocida el que llevó a negro la emisión en la mayor
parte del mundo a la televisión francófona TV5Monde en la noche del jueves. Y
el agresor ha sido el Estado Islámico. Tres ministros de la República de
Francia, los de Interior, Bernard Cazeneuve; Exteriores, Laurent Fabius, y
Comunicación, Fleur Pellerin, se reunieron ayer con el director de la cadena
para escenificar el estado de alerta. Las agresiones a los sistemas
informáticos por parte del Estado Islámico van a más. Y aunque nadie quiere dar
ideas, nadie es tampoco tan iluso como para creer que los expertos de la
internacional terrorista yihadista con todos sus inmensos apoyos, no saben de
la vulnerabilidad de los sistemas informáticos que regulan hoy absolutamente
todo en nuestra vida cotidiana. Una cosa es que nos dejen sin un canal de
televisión en francés y otra que ataquen sistemas de nuestras comunicaciones,
transportes e infraestructuras. Esa es una faceta menos conocida, pero no menos
alarmante que el joven peluquero español Antonio S.M. (ya nos dirán por qué
rayos no tenemos derecho a saber el nombre de alguien detenido bajo tan
gravísima acusación) de Sabadell, que comenzó a dejarse crecer la barba hasta
niveles chocantes, para volcarse después en otros quehaceres más alarmantes. La
guerra cibernética de la yihad está ya en marcha. Como lo está la guerra
tradicional en Oriente Medio en diversos frentes, la insurreccional en muchos
puntos de África y la puramente terrorista en todo el mundo y con un escenario
muy probable para grandes acciones en un futuro próximo que es Europa.
En todo el continente
está en pleno auge el reclutamiento y no solo para acudir a su Estado propio
que resiste en parte de Siria e Irak. Hay sobre todo un gran auge del interés
de esos jóvenes de países desarrollados que se consideran en vías muertas
sociales y existenciales. Y hay una obvia incapacidad de los Estados
democráticos para controlar sus inmensas bolsas de población musulmana en las
que gran parte de los sectores moderados no participan en las actividades de
conspiración terrorista pero no colaboran tampoco con las autoridades. Una
región española, Cataluña, ya está catalogada como zona de alto riesgo para las
fuerzas que combaten al Estado Islámico y sus células que surgen por todo el
planeta. No vamos a hablar aquí de lo mucho que han facilitado las autoridades
nacionalistas catalanas la creación de unas comunidades musulmanas con focos
especialmente agresivos. A nadie debe extrañar que muchos jóvenes de origen
musulmán busquen consuelo y sentido en la religión en un entorno volcado en el
seguimiento de Belén Esteban. Y hay cierta lógica en que ese atractivo de las
convicciones fuertes, el sacrificio y la entrega también atraiga a españoles
que no tienen un origen musulmán. En este sentido, como todos los demás
enemigos de la sociedad abierta, el yihadismo se aprovecha de nuestras
debilidades y de la inanidad de los mensajes que dominan la vida cotidiana en
los países europeos desarrollados. Por muy bien que actúe nuestra policía
española, que lo hace, solo puede combatir a aquellos que, como nuestro
peluquero barbudo, ya han dado el salto a la acción. No siempre tendremos la
suerte de poder evitar sus acciones. Para hacer frente al fenómeno global, que
incluiría la acción solidaria y movilizada por los perseguidos por el yihadismo
y en especial los cristianos, nuestra sociedad necesita conciencia del peligro,
la percepción del riesgo y la voluntad de autodefensa. Requieren lo contrario a
esa corrección política fuente de infantilismo y cretinismo político. Es decir,
valor y verdades.
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