The Unending Gift

martes, junio 23, 2015

GÖTTWEIG Y EL RETORNO DE LOS BÁRBAROS

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  Viernes, 19.06.15


Grecia es el principal ejemplo de cómo la irracionalidad del populismo logra triunfar en un país miembro

EL monasterio benedictino de Göttweig ha vivido muchas épocas terribles en sus más de mil años de historia. Ha sido inmensamente rico, influyente y poderoso por el capricho de reyes y emperadores y las maderas y el vino de sus tierras en el valle del Danubio a sus pies. Ha estado varias veces casi abandonado, habitadas sus formidables murallas por un puñado de monjes hambrientos y vagabundos, a punto de convertirse definitivamente en ruina. Y siempre ha vuelto a florecer. Ha ardido y ha sido reconstruido. Su biblioteca de 130.000 volúmenes supera en tamaño a la célebre de la también benedictina abadía de Melk, en la que Umberto Eco se inspiró para su novela de El nombre de la rosa. Göttweig es un monumento de Europa y de sus avatares históricos y geográficos, estuvo en el centro del mundo y arrinconado cuando le pusieron un telón de acero a pocos kilómetros, celebrado unos siglos y olvidado en otros. Junto a la principal arteria fluvial europea, conocido como el Montecassino austriaco, dominaba el valle sobre el penúltimo tramo de la ruta de la seda y las cruzadas hacia el valle del Rin, Colonia, París y Londres. Hubo en el valle mucha industria del pillaje y peaje. Allí sobrevivió Göttweig a las batallas que se libraron muy cerca en 1945 cuando el monasterio hermano de Montecassino en Italia era ya escombros. Todo ha dejado huella. Nada ha acabado con la serena reflexión, la observancia de la Orden de San Benedicto y la culta racionalidad de un bastión del saber y entender.
En Göttweig sonaron hace unos días de nuevo frases de preocupación. Como cuando llegaban noticias del ataque de los tártaros a Cracovia, de los avances del sultán Mehmet II ante Constantinopla, el asedio a Viena, las tropas de Napoleón junto a Melk, los prusianos en Silesia, Hitler ante un millón de vieneses en el Heldenplatz o los tanques soviéticos al otro lado del río. Europa está en una encrucijada de nuevo. Entre racionalidad y barbarie. Desde hace veinte años se reúnen en el Europaforum Wachau políticos, académicos, diplomáticos, filósofos, escritores y algún periodista de toda Europa. Desde el primer ministro serbio, Aleksander Vucic, al vicepresidente del Gobierno checo, Andrej Babis, a la ministra de Defensa de Georgia, Tinatin Khidasheli, al comisario de Política de Vecindad y Ampliación en Bruselas, Johannes Hahn, decenas de participantes de toda Europa compartían un diagnóstico alarmante que identificaba varios focos principales de amenaza para Europa, su libertad y su prosperidad. Proceden de la agresión militar de Rusia en el este, de la amenaza yihadista y la inmigración masiva y sin control, pero aún más que esos, del populismo y el nacionalismo que pueden dinamitar la Unión Europea desde dentro. Grecia es el principal ejemplo de cómo la irracionalidad del populismo, en este caso de extrema izquierda, logra triunfar en un país miembro para crear un cuerpo extraño que rompe las reglas, pervierte todo el funcionamiento de las instituciones europeas y lleva a su práctico bloqueo. Aunque la mayoría ya comparte las tesis de Wolfgang Schäuble en contra de una canciller Angela Merkel que no se atreve a reconocer que Grecia, con su proyecto neocomunista, es ya incompatible con el funcionamiento de la UE. Todos procedían de países afectados por la devastación de las ideologías redentoras y criminales del siglo pasado. Todos miran asustados a España, donde se perfila otra gran derrota de la racionalidad. Y un triunfo de esta tóxica mezcla populista de pensamiento mágico e ideología comunista que amenaza con dinamitar las posibilidades de Europa de reformarse. Y de sobrevivir así con relevancia, con dignidad y capacidad para defender su libertad y bienestar en el mundo globalizado.

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