MUCHO HERIDO Y ALGUNA ESPERANZA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 29.09.15
Las elecciones del 27-S, como la consulta del 9-N, no
deberían haberse producido nunca de esa forma
EL domingo hubo en
Cataluña, nadie se deje confundir por tanto griterío, poco vencedor y mucho
herido. Entre los heridos, algunos de extrema gravedad. Y, entre estos, como en
cualquier batalla, algún sospechoso de automutilación. ¿Podía haber sido peor?
Mucho peor. El domingo se podía haber llegado a las manos si una victoria amplia
del separatismo llevara a celebrar un golpe de Estado en la calle en acciones
callejeras. Las diversas organizaciones, títeres de la Generalitat, cultivadas
con abundante dinero público, se han dedicado a preparar ese como otros
escenarios desde hace mucho tiempo. No sucedió porque las cifras no daban para
fiestas a los sediciosos. Partamos de la constatación de que las elecciones del
27-S, como la consulta del 9-N, no deberían haberse producido nunca de esa
forma. Porque han sido un atentado contra la legalidad y la convivencia. Y
porque reflejan la más bochornosa debilidad del Estado. Desde hace tres años,
una de las regiones más prósperas de España está virtualmente paralizada en su
vida, producción y desarrollo debido a un fantasmal proyecto cuya meta es
imposible. Al menos sin violencia. A este objetivo inalcanzable y por lo demás
delictivo, peligroso y ofensivo para casi 47 millones de habitantes de España,
se han dedicado infinitos recursos económicos, probablemente ya millones de
horas de trabajo e ingentes energías.
La impunidad de todos
los responsables es absoluta. La pretensión de normalidad que intentó imponer
todos estos años el Gobierno del PP era falsa y permitió al discurso
separatista ser absolutamente hegemónico. Con el único bravo desafío de la
refrescante falta de complejos y el coraje de Albert Rivera. Y al final, el PP
ya nervioso se lanzó a las peores extravagancias con los ridículos del ministro
Margallo y demás genialidades. Eso unido a la presencia de Rajoy, sus lapsus y
el rechazo que genera, ha dinamitado la campaña de un candidato improvisado que
intentaba corregir tres años patéticos de una señora que hace tiempo que daba
vergüenza ajena. De la automutilación, cuando no autodestrucción, del PP se
escribirán libros. Las regañinas del exjefe ya no sirven. Los demás partidos y
los medios mimados precisamente por el PP han generado un clamor de odio y
rechazo imparable. Y Rajoy parece empeñado en cumplir todos los tópicos
hostiles que se le adjudican. El fracaso de la operación golpista del 27-S es
claro. Ni el grupo filoterrorista de las CUP se atreve a la proclamación
sediciosa, a la declaración unilateral de independencia. Pero no hay más
claridad, sino menos. Cataluña está ingobernable. Todos se juegan mucho.
Algunos, todo. La llegada al gobierno de la CUP sería un disparate que hundiría
a los separatistas. Por eso buscarán ahora enfrentamientos de cara a las
elecciones generales. Saben que se les va el tiempo. Porque ha cambiado el
tiempo. Y hay signos muy esperanzadores hasta para una España posnacionalista.
Estamos ante el primer gran fracaso del nacionalismo en 40 años, que tendrá que
comenzar a aprender a gestionar sus frustraciones. E iniciar su primera
retirada en democracia. Coincide con indicios del hundimiento del proyecto
totalitario de Podemos. Ahí podría iniciar un Estado sano, con un Gobierno
fuerte, la reconquista de la legalidad. La esperanza se alimenta del gran éxito
de Ciudadanos. Su apuesta por un proyecto español de ciudadanía se erige en
alternativa real a los dos viejos partidos de cara a diciembre. Ambos, PP y
PSOE, pelean ya por gobernar con Rivera y solo con Rivera. Pero ya es Rivera el
que dicta la política nacional frente a indolencia, descomposición, cobardía o
frivolidades de asimetrías federalistas. Quizás hayamos tocado fondo. Quizás
entre tanto griterío este domingo haya comenzado el camino hacia un Estado, un
Gobierno y una política que se respeten a sí mismos.
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