W. H. AUDEN, DEL AMOR Y EL SENTIMIENTO
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 15.12.15
El
mejor siempre en personificar los mecanismos perversos del totalitarismo que se
cierne sobre España es Monedero
CONCLUÍA
ayer Gabriel Albiac su espléndida columna con un recuerdo a W. H. Auden, que
era mucho más que un poeta o literato, era un «enfermero del mundo» en
palabras de otro poeta, admirador y amigo que fue el ruso Joseph Brodsky. Pocos
saben ya en España quién es W. H. Auden, aunque escribiera uno de los poemarios
capitales en defensa del Frente Popular. George Orwell, otro voluntario, fue
herido de bala en el cuello precisamente el día que aparecía el primer ejemplar
de «Spain» en Londres. Años después diría Orwell que aquella pieza de agitación
era «de lo poco decente» escrito sobre la guerra civil española.
Aunque murió a los 66 años, W. H. Auden vivió lo suficiente
antes de reposar para siempre en su querido refugio austriaco de Kirchstetten
para distanciarse mucho de su juvenil entusiasmo por el Frente Popular. Con la
palabra y la claridad de su luz interior horadó con virtuosismo las realidades
en busca de la verdad, llegó a prodigiosas fórmulas de expresión como finísimas
conclusiones sobre el alma de los hombres y el pulso de los tiempos y las naciones.
Sus poemas, sus aforismos y sus ensayos son una aventura de lucidez y honradez
implacable. Su ascenso hacia su sosegada sabiduría lo llevó cada vez más a la
identificación del amor como piedra angular de la comprensión y el eje de la
vida buena. Frente a las turbias maniobras del sentimiento y su perversa
instrumentalización. El amor y la verdad como el amor a la verdad,
contrapuestos al sentimentalismo y la emoción manipuladas y dirigidas siempre
contra alguien, contra quien protesta, quien denuncia, quien discrepa. En el
sentimentalismo político no hay amor, por mucha bondad que despliegue. Siempre
hay odio a quien no comparte la emoción. De ahí la conclusión que recordaba
Albiac como el peligro permanente de la civilización moderna: la sentimentalización
de la política, el fascismo, el totalitarismo que se adueña de las emociones,
que dice querer convertir la sociedad, «la gente» en una «gran familia» de
iguales. Y vampiriza la necesidad de afectos del ser humano en su soledad en la
era posindustrial. Para convertirlo en un esclavo, que no demanda verdad e
información, unificado y disciplinado en la obediencia a las consignas de la
sentimentalización general de la realidad.
«Chávez es amor», decía Juan Carlos Monedero. «Venceremos
porque nuestro proyecto es amor». «Sonreíd, porque sí se puede». Del «con
nosotros seréis felices» al Ministerio de la Felicidad encargado de liquidar,
exterminar y enterrar todos los restos de infelicidad, de dudas, de
discrepancias y de oposición. «Kraft
durch Freude», «fuerza por la felicidad», decían los organismos sociales del
III Reich. Hitler quería a todos los niños alemanes tanto como Stalin a los
rusos. Y los sentimientos son el instrumento más eficaz de los manipuladores
del totalitarismo para desactivar la razón. Y para generar el miedo que
necesitan para intimidar. El mensaje excluyente es claro. Quien no comparte los
sentimientos en principio bondadosos es un enemigo del pueblo que ha de ser
neutralizado, acallado y eliminado. Mientras no estén en el poder, la liquidación
solo puede ser de forma virtual, con el asesinato civil de los
discrepantes. «Podemos hacer un país
con nuestras manos y hacer del amor nuestro principal motor de la acción
política», dice Rafael Mayoral de Podemos, parafraseando tanto a Chávez como a
Pablo Iglesias. Pero el mejor siempre en personificar los mecanismos perversos
del totalitarismo que se cierne sobre España es Monedero. Ahora nos dice en un
tuit: «Vamos a ganar las elecciones
porque somos pueblo y sentimos como el pueblo. Somos, es nuestro secreto, una
máquina de amor. Gracias, Pablo». W. H. Auden, George Orwell y Joseph Brodsky entenderían bien esta
brutal amenaza.
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