APOTEOSIS DE SELECCIÓN NEGATIVA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 26.02.16
«Lo peor al poder» ha sido un lema de moda muchas veces en
la historia
DESDE las pasadas
elecciones municipales, a los alcaldes de media España se les conoce
públicamente por su mote o alias. Hubo gente y medios a los que hizo mucha
gracia. Nos anunciaban que por fin el poder se adecuaba a la calle. Y que era
el pueblo el que había tomado posesión de los salones. En realidad ni era la
calle ni era el pueblo, sino lugares y personajes más marginales y sórdidos los
que de repente irrumpían, gracias a mayorías favorecidas por el revanchismo
socialista redivivo, en la vida de todos los españoles. Y lo hacían con mando.
Hoy ya saben muchos españoles lo que es disfrutar de unas autoridades civiles
que parecen todas surgidas del submundo y muchas lo son. Recordarán algunos en
Ferrol a los dos almirantes, británico y alemán, en sus impecables uniformes de
gala presentando respeto inmerecido a un alcalde andrajoso que parecía no ducharse
desde su última fiesta adolescente en la playa.
Tan condescendientes
han sido tantos con las formas, que ya no hay fondo que valga. Sobre todo en
tantísimas cosas en las que formas y fondo son inseparables, cuando no lo
mismo. Estos hechos deberían hacer reflexionar a los españoles. Por supuesto,
sobre la forma en la que han educado a sus cachorros de humano. Pero también
sobre su forma de reaccionar a la crisis, a la corrupción y a problemas propios
del siglo XXI. Para mejorar una sociedad, para hacerla más eficaz, más
competitiva, más lúcida e inteligente y así más compasiva y justa, no parece en
principio lo más razonable dar los mandos a los elementos más dopados,
resentidos, fanáticos y atrabiliarios de la misma. «Lo peor al poder» ha sido
un lema de moda muchas veces en la historia. La selección negativa del
socialismo, que tan bien describe Friedrich Hayek en «Camino de servidumbre»,
nos dio gloriosos ejemplos en la URSS y los regímenes comunistas. Esa selección
negativa alcanzó nuevas cotas de colorido, desparpajo y delirio en los
regímenes fuera de Europa en que mezclan izquierdismo con colorismo y exotismos
políticos locales, véanse el peronismo o suhartismo, el castrismo o el chavismo
y bolivarianismo en general. En España en el siglo XXI vamos más allá y
superaremos todas las marcas en arbitrariedad y colorido. Tenemos a los más
sucios, que son los más cursis y por supuesto los más amorales. Y no son los
más corruptos aún porque no han tenido ocasión. Pero nadie dude de que, como
buenos hijos pagados de la revolución cleptócrata y narcopetrolera bolivariana,
acabarán en el permanente abuso de poder. Alegarán algunos que en España esa
selección negativa está hoy tan presente en la derecha como en la izquierda.
Muy cierto. Porque en España la derecha siempre hace tarde y mal lo que antes
ha combatido en la izquierda. De ahí que haya dejado de existir más allá de
algunos cenáculos escasos y cabezas pensantes aisladas. La selección negativa
afecta, por supuesto, a todo lo que debe dignificar a un gobernante, desde las
formas externas y conductas más triviales hasta lo más íntimo de las
convicciones morales. Hay que reconocerles a nuestros queridos revolucionarios
españoles que por fuera se han descuidado menos que por dentro. Porque es ahí
donde los andrajos morales y la mugre del cinismo los revelan como cómplices de
criminales totalitarios de ayer y de hoy con quienes mantienen íntimos lazos.
Se ha visto ahora con el Kichi y su defensa de los carceleros del régimen
criminal de Caracas. Que la milenaria ciudad de Cádiz, símbolo de nuestras
libertades, heroísmo y cultura, esté en esas manos expone de manera tan
esperpéntica como dolorosa lo que son estos tiempos oscuros de vergüenza y
temor en España.
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