PERO RITA, ¡QUÉ DECEPCIÓN!
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 19.02.16
La portavoz del gobierno comunista de la capital se escondía
cobardemente tras la sotana de un arzobispo
PERO qué
decepción! Nosotros que creíamos que estábamos ante la reedición del juicio del
incendio del Reichstag. En el banquillo entonces Georgi Dimitrov, comunista
búlgaro, acusado por las autoridades nacionalsocialistas alemanas de haber
ordenado el incendio al infeliz holandés Marinus van der Lubbe. Para los nazis,
recién llegados al poder, era aquel incendio el pretexto para la primera gran
operación contra la oposición. Al final pagó el pato el pobre infeliz holandés,
porque Dimitrov se defendió en un proceso para la historia. En los meses
previos al juicio, en prisión, había aprendido la lengua y derecho alemán. Eso
es estudiar, no lo que hace la pandilla de comunistas de Somosaguas con sus
intercambios de favores, que llegan a profesores sin saber que Richard Nixon no
es Ronald Reagan, la Ley de Gravedad no es la de Relatividad ni Newton se
apellida Einstein. Dimitrov se defendió con las leyes alemanas en la mano y en
una lengua alemana de la que un año antes no sabía palabra. Y su autodefensa
fue tan arrolladora que los jueces, que aun eran los de la República de Weimar
que los nazis no habían podido aun aterrorizar ni relevar, lo absolvieron. Y
Dimitrov volvió a Moscú donde encabezaría la Komintern con Stalin hasta 1945.
Rita Maestre podía
haberse levantado y explicado por qué había perdido los nervios ante el
atropello que para el laicismo supondría la presencia de esa capilla en la
universidad. Podía haber hecho un alegato en favor de la «acción directa». Y
anunciar incendios de verdad. «Arderéis y va en serio». O asumir el año de
cárcel como un honor y una medalla en la lucha que cree justa. Todos los medios
televisivos se habrían deshecho en loas entusiastas. Pero no, no hubo heroísmo
ayer en el juicio a Rita Maestre por entrar en la capilla católica
universitaria y agredir a quienes allí estaban con el allanamiento, actitudes
violentas y amenazas de muerte llenas de odio y evocación de terribles sucesos
criminales contra los católicos perpetrados por comunistas hace ahora 80 años.
No hubo un gallardo Dimitrov. Ni siquiera un joven Fidel Castro que, aun lejos
de ser el sórdido megacriminal posterior, se defendía con coraje en el juicio
por el fracasado asalto al cuartel de la Moncada en 1953 con aquella memorable
frase del «la historia me absolverá». Todo lo contrario, una apenas perceptible
voz pija de niñata malcriada se disculpaba con un patético «si llego a saber
las consecuencias no lo hubiera hecho». Acostumbrada a que todo en su vida sea
gratis y a que todos los abusos y transgresiones de sus camaradas fueran
invariablemente impunes, perdonados por un Estado incapaz de defenderse. La
portavoz del gobierno comunista de la capital de España, punta de lanza del
movimiento que pretende arrollar a la débil democracia española, se escondía
ayer cobardemente tras la sotana de un arzobispo. La niña de apariencia limpia
de la horda de mugre de palabra y obra que ha tomado la alcaldía con la
complicidad de unos socialistas obsesos de la revancha, decía ayer que ella
respeta mucho a la iglesia. Y que el arzobispo le perdona porque entiende que
aquello fue «un arrebato de juventud». Susurrando excusas. «Si lo sé, no lo
hago».
Lo peor no es ya la certeza de que muchos de que gran parte
de este movimiento, que en una pirueta grotesca de la historia está tomando el
poder, son niñatos de séptima categoría que solo medran por la absoluta
postración de la democracia española. Lo peor es el inmenso y omnipresente coro
de la complicidad exculpatoria, tan falaz en sus argumentos como transparente.
Ya dejan entrever cuáles presentarán cuando deban justificar males mucho
mayores con daños y dolor infinitamente más graves.
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