The Unending Gift

domingo, agosto 07, 2016

«MEIN KAMPF», EL TESTAMENTO DEL DIABLO

Por HERMANN TERTSCH
ABC cultural  Sábado, 30.07.16


Hitler destiló todo su veneno en «Mein Kampf». Levantada la prohibición que pesaba sobre el libro, Alemania se ve sacudida por la edición crítica. Las alarmas no han tardado en saltar

Caricatura de Hitler de los años 40

HITLER SEDUJO HASTA LA MUERTE A UNA DE LAS SOCIEDADES MÁS CULTAS. AHÍ ESTÁ LA CLAVE DEL MISTERIO

LOS MIEDOS Y LOS NERVIOS, LA INSEGURIDAD Y LA ANGUSTIA HAN RODEADO A ESTA EDICIÓN COMENTADA

Ningún humano personifica el mal en el mundo moderno como Adolfo Hitler. Nadie provoca tanto rechazo, evoca tanto horror, hiela la sangre como aquel hombre menudo del flequillo y el bigote breve. Otros dictadores asesinaron a muchos más millones de inocentes que él. Véase Mao o Stalin. Estos mantuvieron sometidos al yugo del terror y el dolor a muchos más mucho más tiempo que aquel pintor austríaco fracasado que protagonizó una irresistible y a la postre diabólica ascensión, elevado por los siniestros avatares del primer tercio del siglo XX al liderazgo supremo del llamado Tercer Reich. Un tercer imperio alemán que iba a prolongarse un milenio para consumar el triunfo del poder total del superhombre ario en el planeta y se quedó en una dictadura de doce años que comenzó con entusiasmo y triunfos y acabó en la ruina y el horror.

Marcas de fuego
Hitler fue el cerebro y ejecutor del crimen supremo, el Holocausto. Con él, generó un agujero negro en la Historia de la humanidad con efectos en todos los campos de la existencia humana, metafísica incluida. Los hornos crematorios se convirtieron en referencia clave para la comprensión del ser humano por sí mismo. Auschwitz y Hitler son las marcas de fuego de la civilización a partir de 1945.
Hay partes de Europa en las que Stalin, con el archipiélago Gulag y sus millones de asesinatos y su política genocida, ocupa un puesto parejo. Pero el carácter único del Holocausto lo relega a un segundo puesto. Y salvo en naciones víctimas directas suyas, la victoria sobre Hitler evitó a Stalin disputarle ese liderazgo absoluto del mal. Nacionalsocialismo y comunismo, dos ideologías criminales, no son tratadas igual en las democracias. Hitler encabeza el ranking del mal en solitario.

Por 99 céntimos
Muy entrado ya el siglo XXI, volvemos a estar ante una prueba de cuánto se le teme. El problema se presentaba en el año 2015. Vencían los derechos de edición de Mein Kampf, la autobiografía y el programa ideológico del dictador, el libro sagrado del nazismo. Los derechos de Hitler que tuvo la editorial nazi Eher hasta 1945 fueron asumidos entonces por el mando militar norteamericano, que en 1947 los cedió como parte del confiscado patrimonio nazi al Estado de Baviera. Esto facilitó la prohibición de publicación desde 1945. Pero hace años, ante la cercanía de la fecha del vencimiento, autoridades e historiadores comenzaron a estudiar lo que es mucho más que un problema legal o cultural.
A partir del 1 de enero del 2016 la prohibición quedaba obsoleta. Ya era casi de hecho ridícula y desde luego inaplicable en la era de internet. Los alemanes podían leerlo en la red desde hace tiempo por 99 céntimos de euro. Por lo demás, el libro nunca dejó de editarse en inglés, ya que los derechos en ese idioma estaban desde 1933 en Random House. Más aún, Mi lucha está disponible en decenas de idiomas en ediciones pirata en todo el globo. En algunas zonas del Tercer Mundo ha sido publicado prolíficamente y goza de una siniestra y preocupante popularidad.
Mein Kampf es un libro que funde la autobiografía de Hitler con la narración de su vida, un en parte farragoso análisis histórico, una larga disquisición ideológica y su mensaje programático. No es cierto que el nivel de su prosa sea el propio de un colegial flojo, como dijeron en su día algunos de los compañeros de partido de Hitler. Lo cierto es que la mayoría de los que así se expresaron morían en 1934 con toda la cúpula de las SA a manos de las SS.

Poder total
Hitler escribió Mein Kampf en su breve estancia en la prisión del castillo de Landsberg, en Baviera, cumpliendo solo parte de una muy leve condena por el fallido golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923 en Múnich. Que la República de Weimar no castigara más al jefe de aquel golpe fue para muchos el comienzo del naufragio, consumado diez años después con la llegada al poder de Hitler tras las elecciones de enero de 1933.
Hitler no llegó al poder por intrigas de palacio en un régimen ya totalitario, como Stalin. Hitler convenció a los alemanes de que le confiaran a él y solo a él el poder total en un Estado moderno de una sociedad desarrollada como pocas en el mundo. Hitler llegó al poder por medio de la palabra y la urna. Ese hecho terrible es incontestable. Y su libro Mein Kampf, del que se vendieron en Alemania 12.5 millones de ejemplares en más de mil ediciones entre 1925 y 1945, es la principal y más completa exposición del pensamiento de Hitler y del mensaje nacionalsocialista que llevó a la seducción total y criminal a la inmensa mayoría del pueblo alemán.
Consta de dos volúmenes, el primero publicado en 1925 y el segundo, año y medio después. Fue un éxito de ventas en la República de Weimar y uno de los activos del lanzamiento de la popularidad de Hitler. Pero ni mucho menos el superventas que podría deducirse de la cifra total que se nutre ya de las ediciones que se regalaban en todo tipo de ocasiones, incluidas las bodas, a partir de 1933, con Hitler en el poder.

En las redes del odio
La clave para entender todo el tratamiento de enorme preocupación y alarma que ahora se otorga a lo que no deja de ser un panfleto nazi escrito hace casi cien años, está en que el libro contiene realmente todo el veneno que fue necesario después para crear el inmenso Estado totalitario y criminal hitleriano con su extraordinaria industria del exterminio. Y existe al parecer bastante acuerdo entre los expertos en que ese veneno permanece intacto.
Sin duda, habría gustado poder destruir en su día hasta el último ejemplar y haber borrado la existencia misma del libro maldito. Como se destruyó la cárcel de Spandau en cuanto murió Rudolf Hess. Para impedir toda referencia. Pero el libro existe. Y el miedo persiste. Hay quienes se han sentido ofendidos por el hecho de que el Estado y su cuerpo científico y académico crean aún a los alemanes susceptibles de caer en las redes retóricas del odio que maneja Hitler o que manejan a Hitler cuando escribe en aquella cárcel en 1924.
Hitler era entonces un hombre de 35 años, veterano de guerra, sin apenas estudios, con un aluvión de lecturas desordenadas, con fascinación por la Historia y por los grandes movimientos de interpretación romántica de la misma, autodidacta entre autodidactas que desprecian el mundo académico. Volcado en su celda a explicar sus fantasmas, su odio a los Habsburgo y a los judíos y sus planes para una lucha de razas que sustituya a la lucha de clases y un Estado total y absoluto para cimentar la supremacía aria en Europa y en el mundo.
Muchos creen que ni ellos ni la sociedad alemana o austríaca de hoy necesitan ayuda ni protección para leer como seres adultos y libres este texto como otro cualquiera. Y se ven capaces de desenmascarar por su cuenta –o al menos leer sin ser seducidos– un libro de tan evidente propaganda racista y totalitaria. Cuando sus falacias son ya de dominio público, todos conocen el final de su delirio criminal. Y sin embargo, el fin de la prohibición se convirtió casi en un asunto de Estado que los políticos decidieron solventar por la vía científica y académica. Se concluyó que lo mejor era publicar una edición comentada para contextualizar el contenido: «No hay duda de que sería irresponsable científica, política y moralmente, dejar que este convoluto racista de la inhumanidad vagabundeara libremente y sin comentarios, sin contraponerle una edición crítica de referencia que, por decirlo de alguna manera, ponga en su sitio al texto y a su autor», así lo justifica Andreas Wirsching, el director del Institut for Zeitgeschichte.
Como han expuesto desde Sebastian Haffner a Joachim Fest, y otras decenas de biógrafos, Hitler no era un hombre de extraordinarias dotes y talento. Muy al contrario, era un hombre inmensamente limitado por insuficiencias de formación, conocimiento y aptitud, por sus complejos, debilidades y fallas de carácter. Y sin embargo, sedujo hasta la muerte, nunca mejor dicho, a una de las sociedades más cultas, ricas y sofisticadas del mundo. Ahí está la clave del misterio que genera los miedos y los nervios, la inseguridad y la angustia que han rodeado a esta edición comentada.

1.966 páginas
En realidad, tanto la política como los académicos, el historiador Wirsching lo dice muy claramente, reconocen en Mein Kampf un producto altamente tóxico y peligroso que, puesto en circulación sin más, puede por sí mismo hacer aún un daño considerable al sistema. Así, como no se puede evitar la publicación del texto de Hitler, se flanquea al mismo con un ejército de acotaciones, comentarios y salvedades en un colosal esfuerzo enciclopédico de contextualización científica y erudita. El resultado es una soberbia edición, a cargo del Instituto Alemán de Historia Contemporánea, en dos tomos, como el original; un total de 1.966 páginas en las que, además del libro, está gran parte del conocimiento experto sobre el nacionalsocialismo y la Historia del primer tercio del siglo XX.
Como dice Ian Kershaw, uno de sus grandes biógrafos, Mein Kampf es la exposición más clara y directa de lo que pensaba Hitler. Y la principal fuente de ideología nacionalsocialista. También Hitler lo vio así y el texto no sufre variaciones de contenido en las dos décadas hasta el final de la guerra. Aunque no dejará Hitler de hacer correcciones hasta con la guerra ya perdida en 1944, siempre meros recambios de una o dos palabras, incluida la corrección de alguna falta de ortografía.

Monstruosa aventura
Hay consideraciones históricas más o menos realistas mezcladas con pasajes delirantes. El odio profundísimo a los Habsburgo; contra el «patriotismo dinástico» de un Estado plurinacional que esclaviza a la nación alemana al igualarla a las eslavas; la demonización de la socialdemocracia y el marxismo como armas del poder judío mundial. Sobre todo es omnipresente en el libro, desde el descubrimiento del líder antisemita Karl Lueger en Viena a su propio elaborado discurso de odio sobre la necesidad de «extirpar» a la raza maldita, esa judeofobia racista y política, visceral e intelectual, que todo lo contamina hasta convertirlo en el más largo y elaborado panfleto antisemita de la Historia.
La obra es una fuente de información histórica de enorme interés, desde el momento en que es el libro capital, la principal fuente escrita, de la ideología nacionalsocialista que cambió el mundo de una forma tan terrible que aún no ha sido del todo asimilada. Resulta inquietante comprobar, releído muchos años después, lo justificadas que se antojan las consideraciones del Gobierno alemán y bávaro y de los diversos académicos e historiadores. Parece muy evidente que las sociedades europeas actuales, pese a conocer el final de la monstruosa aventura hitleriana, no están inmunizadas contra el veneno que en inmensas dosis, agazapado entre pasajes inofensivos, inanes, interesantes o tediosos, contiene este libro. Que será siempre un testimonio de un odio cultural, químicamente puro, que jamás se ha sintetizado mejor en palabras.

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