LA PUERTA PERSA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 25.07.17
La nueva crisis europea de inmigrantes está en marcha
EN Italia están pasando cosas muy graves. A sus puertos
llegan a diario miles de inmigrantes, casi todos sin posibilidad de acceder al estatus
de refugiado. Su masiva presencia supone ya un gravísimo problema para gobierno
y población, con unas fuerzas de seguridad y unos servicios desbordados. Con
proliferación de conflictos callejeros y fuertes tensiones. Arriban en barcos
europeos que los recogen regularmente en el mediterráneo. Los traficantes
apenas gastan gasolina. Aun cerca de la costa libia llaman a salvamento
marítimo para dar la situación de la clientela, para que algún barco de ONG,
policías o armadas europeas vayan a recogerlos. Todos para Europa. La
cooperación entre traficantes y acción humanitaria es ya perfecta. Toda
sugerencia de que los rescatados deben ser devueltos a la costa de partida,
como mecanismo disuasorio, es descalificada como racismo y crueldad. Nula ha
sido la eficacia en neutralizar Libia como colosal embarcadero para la juventud
africana. Europa invita literalmente a la inmigración ilegal y al negocio
traficante con su flota de salvamento y sin repatriación significativa.
Incentiva la descapitalización humana de África y generan aquí una bomba
política, social y racial. Italia está ya en situación angustiosa. Que amenaza
a otros países. Austria construye una valla y despliega al ejército en esa
frontera interna de la UE. Los alcaldes bávaros piden alarmados a Angela Merkel
que pare la avalancha porque quien llega a Italia llega a Alemania. Los
alemanes, dicen, han agotado la disposición de recibir inmigrantes. En otoño
podría ponerse en marcha la próxima crisis de refugiados. Ahí hay realismo.
Pero masivas dosis de ideología lo combaten. Las sociedades
desarrolladas europeas están compuestas hoy por un público, más que ciudadanía,
angustiosamente necesitado de reafirmarse en buenos sentimientos. Se hace gala
de profundos sentimientos para grandes causas. Las pequeñas suelen requerir
esfuerzo. Se lo recordaba un anciano a su hijo, que era un batallador en la
memoria de su abuelo desaparecido en la guerra. Al muerto ausente le prestaba
toda la atención que le escatimaba al padre, aparcado en una residencia. ¡Y cuánta
impostura en el periodismo demagogo! Todavía se recuerda la imagen de una
periodista, estrellita de poco fundamento protegida por un influyente marido,
que no supo reaccionar ante la tranquila agilidad de la entrevistada, la
dirigente derechista Marine Le Pen. Cuando la periodista daba lecciones de
solidaridad desde su superioridad moral, Le Pen le preguntó directamente:
¿Usted tiene acogidos inmigrantes en su casa? La periodista respondió con un
indeciso «Sí». Nadie supo de los refugiados en casa del célebre matrimonio. No
conozco a nadie que dude de que nunca existieron. De haberlos habido, los
habrían hecho famosos. Es un caso más que expone bien esta grotesca inversión
de valores y conceptos. La buena es la mentirosa, la mala es la que osa
explicar la cruda realidad. Es la Europa de la suma hipocresía. Que combate a
los gobiernos y ciudadanos que saben que la sociedad multicultural es un
fracaso que conlleva un peligro existencial.
Hay una caza de brujas contra quienes señalan las duras
verdades en las calles y barrios europeos. Pero crece la resistencia a esa
mentira absoluta de que todo habitante del globo tiene derecho a vivir de la
seguridad social europea. Como crece la reacción contra la renuncia a la
identidad europea que propugnan quienes pretenden que no tengan hijos los
europeos que llegan otros a tenerlos. Hay mucha ideología tras tanta
complicidad. Que busca la destrucción de la identidad que dio pie a la
civilización que nos hizo libres. Que abre los portones a los persas por puro
odio a Grecia.
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