FINIQUITUD EN EL LODAZAL
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 31.10.17
La confusión de valores lleva a una inversión malsana de
prioridades
EN esta sociedad desarrollada, en la que se sale del mundo
de los vivos por la puerta de atrás de asépticos tanatorios de extrarradio y
discretos crematorios entre arbolado, la ausencia de la muerte de la vida
cotidiana crea una falsa percepción de perennidad. Todos actuamos como si
fuéramos a estar por aquí no ya una vida, sino varias o muchas seguidas. Hoy ya
no nos sucede lo que a todos nuestros antepasados hasta hace muy poco, que
veían cómo sufrían y morían las gentes de su entorno directo en su inmediata
presencia. Por eso nos comportamos como si no pudiéramos morir en el mismo
instante este en que se escribe o se lee esta frase. Como si nuestra existencia
no fuera un soplo en el que con máxima concentración, vocación, estudio y amor
apenas logramos entender un guiño del misterio de la existencia en esta mota de
polvo del universo que es este planeta. Como si tuviéramos tiempo. Hace mucho
que no hemos sufrido una guerra. Prioridades, jerarquías y valores están
confundidos, trastornados u olvidados. Porque abolido Dios y desaparecido el
duelo para la cotidianidad de una mayoría, se nos olvida que somos finitos. No
sentimos ese hecho trascendental y ya no percibimos la infinita fragilidad del
ser humano, la conciencia que da valor a la vida y al tiempo.
Solo así se entiende que las sociedades desarrolladas se
obsesionen, enzarcen y agoten en dilemas y luchas absurdas y ridículas que son
un insulto a la inteligencia de nuestra especie y a la trayectoria de nuestros
mayores. Desde Atapuerca. Mucha tontería ha pensado y hecho el ser humano desde
que tuvo la maña de empuñar una herramienta. Pero el espectáculo que damos
desde hace un par de años en España, un rincón de un diminuto continente
vetusto y anquilosado, es tan grotesco y tan ofensivo para el sentido común en
un planeta aun con muy urgentes necesidades, que merecería la deportación de
toda la sociedad implicada. A otros lares. En intercambio por una población
maltratada por el pasado y el presente en algún lugar remoto y miserable del
Tercer Mundo que no escasean. No solo la sociedad catalana debería recibir, en
traumática ducha fría de realidades, un acicate durísimo para que tomara
conciencia de la frivolidad criminal con la que ha permitido a sus gobernantes
tomar una senda del sinsentido. Toda la sociedad española debería verse aunque
solo fuera un momento en la situación a que puede llevarla una malsana inversión
de las prioridades personales y colectivas.
La Nación se rebela ahora contra la indignidad de los
agresores de una minoría separatista y la humillación de acontecimientos
ignominiosos. Pero han sido muchos años de desidia, dejadez e indiferencia culpable
de la sociedad española los que han permitido que la clase política se
degradara a lo que es hoy. Y que la política fuera sustituida por la sinrazón
ideológica, por la cobardía oportunista y por la más arrogante arbitrariedad.
Sin más referencia que el lucro. No hemos pensado en la muerte ni en la vida ni
el tiempo limitado que tenemos, cada uno y todos juntos. Y nos hemos embarcado
en un disparatado juego tan infantil como cruel de ambiciones baratas,
satisfacciones obscenas y pornográfica subcultura. En este autosatisfecho
lodazal surgen unos cuantos que creen poder medrar más y mejor en su propio
lodazal. No sería en sí ninguna tragedia si no fuera cierto que solo si estamos
juntos hay esperanza de que el lodazal se drene y florezca. Y no se tiña de sangre.
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