ESCRACHES CON AMOR
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
20.10.17
Los comunistas aprenden de su propia medicina
LA líder comunista y separatista valenciana Mónica Oltra ha
sido objeto de un «escrache», es decir uno de esos acosos al adversario político,
preferentemente ante su domicilio, que puso de moda la izquierda española en
pasados años. A esta extrema izquierda la ha imitado en la noche del miércoles
un grupo al parecer de extrema derecha que desplegó una bandera nacional y puso
una grabación del himno y una canción de Manolo Escobar ante el domicilio
familiar de Oltra, vicepresidenta comunista del gobierno de la Generalidad
valenciana. Mal hecho. Es una indignidad utilizar la bandera y el himno
nacionales para acosar a una mujer en su casa con su familia. Es un acto
violento acudir al hogar de alguien a demostrarle que se sabe dónde vive y así
amenazarla. Es condenable que grupos ultraderechas comiencen a adoptar
prácticas habituales de la extrema izquierda. Lo es porque esas prácticas son
en sí repugnantes. En Cataluña vemos cómo el separatismo ha resucitado todas
las perversiones de intimidación y terror contra el discrepante, desde la
amenaza en el buzón a la humillación a los niños en el colegios. Y el escrache
permanente.
Los ultraderechistas deberían tener claro, si les anima a
estas agresiones la impunidad de que goza la extrema izquierda, que para ellos
rigen otras reglas. Si fueran las mismas, la concejal madrileña Rita Maestre
estaría cumpliendo una pena de cuatro años de prisión en una cárcel de mujeres.
O los presos por el escrache en la librería Blanquerna estarían en la calle.
Pues ni lo uno ni lo otro. Porque según sentencias reiteradas, los escraches,
muchas veces acosos con amenazas, siempre de la izquierda comunista, están
amparados por la libertad de expresión. Salvo que quepa sospecha de
ultraderechismo. Entonces surge por arte de birlibirloque ese delito de odio y
el escracheador va al talego. Ser señalado por LaSexta como juez facha debe ser
peor que tener una novia narco. Y además los escraches de izquierdas no son
delitos de odio porque los mueve el amor.
Esos acosos comenzaron cuando la izquierda decidió con
Zapatero que se había acabado la tregua de la Transición y había que reanudar
la guerra contra el «fascismo». Que somos los demás. Su principal impulsor
después fue Podemos. Hay muchos vídeos de Pablo Iglesias con loas al escrache
como bálsamo del pueblo contra sus enemigos. Y escracheando a Rosa Díez o
llamando al acoso a otros. El enaltecimiento de la intimidación, del miedo, del
terror, es eje de la acción de esa guerra con otros medios que es la política
para los comunistas podemitas. Porque estos escraches son la versión blanda,
provisional, de aquellas visitas de los abuelos milicianos durante la guerra
para recoger a domicilio a marqueses o fontaneros, bibliotecarios o notarios.
Muy mal por tanto se han portado esos ultraderechistas que han hecho a Mónica
Oltra lo que Mónica Oltra no lamentó ni condenó jamás cuando se les hizo a sus
adversarios políticos en la misma ciudad en la que vive. Cuando hace la
ultraderecha lo que es habitual en la utraizquierda se crea una situación
peculiar. Ayer por la mañana, los comentaristas izquierdistas en radio y
televisión condenaban por primera vez un escrache. Es cierto que la izquierda
solo aprende cuando prueba su propia medicina. Con esa piel tan fina que tiene.
Graciosa ha sido la reacción de uno de los Jordis golpistas en Soto del Real.
Ha pedido le cambien de módulo porque un preso le grito desde lejos «Viva
España». Terrible escrache ese para el que dio el mitin sobre el techo de un
jeep de la Guardia Civil demolido mientras unos guardias tenían que temer por
sus vidas asediados por las hordas fanáticas de la hispanofobia.
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