CAMBALACHE EN PELIGRO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
26.11.17
Hay afán por restaurar el falaz discurso del «nacionalismo
moderado»
PUIGDEMONT pasea por Gante. Puigdemont se hace fotos con
turistas. Puigdemont arenga a peregrinos de Gerona. Puigdemont pasea a
españoles «progresistas». Puigdemont quiere volver. Puigdemont se quiere
quedar. Puigdemont invita a Rajoy. Puigdemont desprecia a García Albiol. Los
maltratados españoles ahora ya no solo estamos condenados a vivir todo el día
pendientes de los malos humores e hipersensibilidades de una de las regiones
más ricas y privilegiadas de España. Los españoles ahora hemos sido condenados
a convivencia cotidiana en casa, de encender el televisor, con un delincuente
mentiroso y charlatán. Todas las cadenas han decidido que es de vital
importancia para todos nosotros saber en todo momento todo lo que diga, piense,
pasee, respire, coma… Carles Puigdemont, ese ser mediocre enchufado del
corrupto régimen, títere suplente de la mafia golpista.
Es difícil alcanzar a entender cuáles son los criterios que
llevan a las televisiones a considerar máxima prioridad de sus fines
informativos tenernos al tanto de todo lo que haga ese delincuente que hace
unas semanas llevó a una región española al borde del enfrentamiento civil. El
día 21 de diciembre gracias a las decisiones del gobierno de España entraremos
en la siguiente variación del golpe de Estado. Si los españoles en Cataluña y
fuera de ella no lo impiden, veremos cómo la derrota de una banda de cobardes y
taimados golpistas lograda por unos servidores firmes y dignos de la Justicia
española se transforma en la enésima concesión de privilegios a esos mismos
golpistas para que restablezcan su poder y se legitimen de cara a los suyos y
al exterior.
El culto al delincuente Puigdemont me recuerda a aquel
genial ladrón francés, Jacques Mesrine, que con sus atracos, sus fugas y su
carácter indomable alcanzó fama y simpatía no solo en Francia. La policía
francesa, harta de él, lo cosió a balazos en una escapada en 1979. Mientras
estuvo vivo, el público suspiraba por saber de sus comidas y mujeres o sus
pasatiempos, dentro y fuera de la cárcel. Como nuestro Puigdemont, que dicen
que podría ganarle a ERC, cuyo jefe está aun en Estremera. ERC tiene un
problema. Con Marta Rovira, esa pobre mujer más elocuente cuando llora que
cuando habla, no se gana ni compasión. Puigdemont, dicen, remonta. Pues lo
mismo da. Porque el problema de Cataluña no está en Barcelona ni Bruselas. Sino
en Madrid donde se lucha denodadamente por tender puentes y llegar a acuerdos
con los golpistas para restablecer a toda costa el relato que, con horror, ven
tambalearse: el de la «hegemonía natural» nacionalista en Cataluña. Les daría
pavor un resultado que permitiera gobernar a Ciudadanos. Anunciaría el fin del
largo pretexto del mal menor en La Moncloa. No se dará. Ya se ocuparon con
plazos y fechas de que fuera imposible. Sin embargo, como ha sucedido estos
meses, tampoco saldrá nada como esperan quienes no tienen otro interés que
seguir donde están. En eso, en el fracaso del cambalache, depositan muchos
españoles sus esperanzas.
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