POR RESPETO Y MUCHO MÁS
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 14.11.17
Hay que imponer el retorno a los medios de la toponimia
española en toda España
CASTELLANOPARLANTES o hispanohablantes somos todos los
españoles. Cierto que por culpa de los nacionalismos en ciertas regiones y por
la paupérrima educación se habla cada vez peor y cada vez con menos
vocabulario. Pero todos lo hablan y todos lo entienden. Aunque algunos se
esfuercen por hablarlo mal o se nieguen a hacerlo por esa hispanofobia que los nacionalismos
y cierta izquierda han cultivado desde hace décadas. Resulta tan triste como
inaudito que en algunas regiones se haya generado tan violento rechazo a esta
lengua universal que abre mil puertas al mundo. Porque el español es el mayor
tesoro que enaltece a España, junto a su historia. Imaginen lo que harían los
alemanes o los franceses con una lengua que hablan 500 millones de habitantes
en permanente y vigorosa expansión. Nosotros nos ensañamos con ella y la
humillamos con espectáculos dantescos como los traductores en el Senado. O la
impune persecución de los rótulos en Cataluña. Ese odio a España cultivado
desde poderes institucionales y políticos españoles es un fenómeno único en el
mundo, abominable, la peor y más trágica cosecha de nuestros errores de la
transición.
Las ansiedades de la joven democracia por compensar
injusticias reales o supuestas de la dictadura llevaron a políticas con
prioridades que hoy sabemos erróneas y profundamente dañinas. Se han hecho bien
muchas cosas en España estos pasados cuarenta años. Pero nos hemos equivocado
mucho en otras. Los errores se han hecho fuertes y son tremendas las
resistencias al cambio por las inercias y el discurso asumido. Tanto que ante
el desafío del separatismo se propone proseguir con el vaciado del Estado,
causa del crimen político hoy en marcha. Pocos proponen la lógica enmienda de
probar lo contrario a lo fracasado. Muchos años hemos tolerado lo intolerable
en las relaciones humanas, políticas y culturales. Hemos permitido que la
lógica antiespañola se convirtiera en la lógica del Estado en una España
siempre bajo sospecha. Y hemos aceptado una falta de respeto a la Nación que se
convirtió en hábito. Cuando España es la única garantía de nuestras libertades
y derechos. Y de la paz. Porque una España rota nos arrebataría libertades y
derechos pero además nos garantiza la guerra.
Hubo mucha buena fe en la transición. De los que llegaban y
de los que desmontaban el régimen que se autodisolvió. Pero la buena fe juega
malas pasadas. Sucedió con la distribución territorial. Ya en la propia
formación de las autonomías se mutiló y dividió arbitrariamente Castilla e
inventó cuerpos uniprovinciales como La Rioja o Cantabria. Para trocear España
como una pieza de ganado. Después vinieron décadas de irresponsable vaciado de
competencias al Estado central para armar a unas autonomías convertidas en
desleales émulos y rivales, cuando no ya enemigos, y poderes feudales
tramposos, corruptos y despilfarradores. Los resultados están aquí. La
catástrofe catalana continuará y llevará al definitivo empobrecimiento de la
región. Hasta que España derrote y deslegitime a los nacionalismos o estos
destruyan a la nación española y la península se hunda en el caos. Para
intentar que España venza a sus enemigos hay que dar la batalla por la enmienda
ya. En contra de la suicida perseverancia en el error que sería una reforma
constitucional con más concesiones. Empecemos ya por algo simbólico, que no
anecdótico, para devolver el honor a la lengua perseguida. Es momento de una
campaña masiva para que las televisiones con programación en español ofrezcan
la toponimia de la geografía española en español. Y que lo hagan en toda
España. Si London es Londres, más razón para que Girona sea Gerona, Lleida sea
Lérida, Hondarribia sea Fuenterrabía y Leioa sea Lejona. Por respeto.
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