TOM PAYNE EN LA HOFBURG
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 19.12.17
Hay que atreverse a decir las verdades para un triunfo del
sentido común
ERAN unos cinco mil, decía la Policía, los manifestantes que
protestaban ayer delante del Palacio de la Hofburg contra lo que llamaban «la
llegada de los nazis» al Gobierno en Austria. Dentro, en la antesala del que
fuera venerable despacho del viejo emperador Francisco José, juraban su cargo
los 13 ministros del gobierno del primer ministro más joven de Europa,
Sebastian Kurz, de 31 años. Lo hacían ante el Jefe del Estado, Alexander van
der Bellen, que ya cumplió los 73. Es un choque generacional muy simbólico. El
viejo izquierdista de los Verdes, nacido en plena guerra mundial, representante
típico del sesentayochismo cargado de ideología, abría la puerta a un joven ya
de educación digital, que considera la Guerra Fría tan remota como aquellas
guerras napoleónicas cuyos efectos se zanjaron precisamente en aquellos salones
allá en 1815. Van der Bellen ganó hace un año esa presidencia frente al
candidato del FPÖ, Norbert Hofer.
Ayer Hofer juraba su cargo como flamante ministro de
Infraestructuras. Con otros cinco ministros de su partido. Ni Bruselas, ni
Merkel ni nadie relevante protestó contra este gobierno de conservadores del
Partido Popular (ÖVP) y derechistas del FPÖ. Un gobierno de derechas. Salvo
esos cinco mil, masa tan poco seria como sus lemas: «Los nazis llegan al
gobierno». Hasta ellos saben que no son nazis. Lo sabían el año pasado cuando
Bruselas y Alemania dirigieron el espectáculo «antinazi» contra Hofer.
Significativo es que la farsa, que entonces compensaba, hoy ya es inútil. El
objetivo para Merkel no era Hofer sino el partido AfD, que le disputa el
espacio en la derecha. Quería impedir que llegara al Bundestag. Ya tiene 93
diputados. De nada le sirvió la campaña anti-Hofer. Los cinco mil son esos que
llaman nazi o fascista a todo el que no sea de extrema izquierda. En Austria
son cinco mil. En España cinco millones. Y los compañeros de viaje y sus medios.
En España los políticos aún no se atreven a decir las verdades que llevan a ese
triunfo del sentido común.
En Austria está pasando algo muy importante. Aún no se sabe
si tendrá éxito o se malogrará. Por lo que sea. Por debilidad de unos, porque
se radicalicen otros o se dejen seducir por tentaciones como las del amigo
Vladimiro, ansioso por corromper a cualquiera. Pero de momento hay voluntad y
coraje para romper diques del miedo. Se ha votado a quienes proponen cambios en
lo que no funciona y enmiendas a los errores que la obcecación ideológica ha
impedido corregir. Ha sucedido porque la insatisfacción popular devoraba a los
partidos viejos. Y un joven asaltó el ÖVP. Hace un año era un partido muerto
con líderes sin otra idea ni deseo que seguir gobernando con el otro partido,
igual de viejo, igual de muerto, el socialista (SPÖ). El joven Kurz se hizo con
el partido propio y el mensaje ajeno, compitió con Strache del FPÖ y ganó y hoy
lidera la coalición de ambos. Su programa es razonable. Más estado nacional,
Europa sí, pero con reformas, sin atropellos y más subsidiaridad, ahorro en
recorte de burocracia y reforma del Estado, reducciones fiscales para empresas
y familias, fomento de la inversión extranjera, seguridad y más condenas para
delitos sexuales y violentos, recorte a inmigración y asilo, exigencia de
rendimiento en las escuelas, formación en la excelencia, subida de pensiones y
fomento de la natalidad. Ah, y habrá centralización de ciertos poderes. No
parecen muy nazis las propuestas. Son pasos suaves, eso sí, todos en la misma
dirección de desideologización, fin de la irracionalidad y corrección de
errores. Del Sentido común, el título de aquel panfleto de Tom Payne por la
revolución democrática.
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