NO FUE PINOCHET, FUE ZAPATERO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
15.12.17
La clase política es culpable por no parar el odio
revanchista hispanófobo
DICEN que Rodrigo Lanza, el chileno que le asestó dos
golpes, el segundo mortal, con una barra de metal en la cabeza y por la espalda
a Víctor Láinez, tiene un abuelo mas «facha» que su víctima. Es un militar
chileno que como la inmensa mayoría de sus compañeros de armas participó en
aquel régimen del general Augusto Pinochet que ahorró a los chilenos hoy vivir
hoy bajo miseria y terror como cubanos y venezolanos. A cierta prensa española
lo del «militar pinochetista» les vino bien para titular con la extrema derecha
y no con la extrema izquierda que es donde están los auténticos inductores de
esta salvajada que le lleva a Lanza a la cárcel. De nuevo. No por lesiones como en
2006 cuando dejó tetrapléjico y destruyó la vida a un guardia urbano. Por
asesinato de un hombre que tachó de «fascista» por sus tirantes con la bandera
de España. No es su abuelo «pinochetista» el culpable de que este joven sea un
ser rebosante de odio, capaz de matar por la espalda a un desconocido. Algo
tiene que ver su familia cercana, a la vista de su comunicado con argumentos de
combate de la extrema izquierda criminal. Como los comunicados de ETA convierte
a la víctima en el culpable que arrastra al pobre Lanza a la acción. La víctima
es culpable. Como los comandos de ETA, el izquierdista Lanza actúa por
necesidad y obligación.
A nadie debe extrañar el pétreo silencio inicial y las defensivas
formas después con que han reaccionado ante este crimen todas las fuerzas de
izquierdas. Todas, sin excepción. Porque todas se saben afectadas. Saben que
los jóvenes como Rodrigo Lanza que disfrutan fantaseando con la «caza del
fascista» –¿te suena Pablo?– y que han sido formados en el odio a «esa bandera
que produce asco» –¿verdad Iglesias?– son miembros de las camadas gestadas por
el socialista Zapatero. En el libro «Días de ira» anunciaba la violencia tras
este proceso de envilecimiento de los jóvenes radicales en la izquierda que
asumían con el mensaje revanchista de Zapatero la Guerra Civil, el Frente
Popular, como referente ético y estético. Matar al fascista se convirtió en
gesta. Eso hacía abuelos heroicos y ejemplares. A emular. Por mucho que alguno
después ante el juez pretendiera que precisamente el suyo había sido un
antifascista ejemplar sin ni tocar jamás un pelo a un fascista. Aunque fueran
mano derecha de una máxima autoridad en sacas y ejecución de civiles como
Margarita Nelken.
Los jóvenes que ayer llenaban las redes de aplausos al
asesinato y disfrutan fantaseando con ejecuciones solo imitan a todos estos
cargos públicos de Podemos que ya han borrado sus miles de tuits con alusiones
a la muerte del adversario político. Zapatero y su hijo de guerra, Podemos, nos
trajeron hasta aquí. La sangre de Láinez les salpica a ellos como a todo el
frente mediático que no ha hecho otra cosa que un gran negocio de agitar contra
España, desacreditar sus instituciones y símbolos y ayudar a la extrema
izquierda y al separatismo a crear condiciones para «ganar ahora la guerra». Y
acosar a los «fachas» desde las propias televisiones. Algunos sabemos de eso. Y
en Cataluña las agresiones a la bandera de España, hasta la que pudo carbonizar
a una familia con tres niños, siguen impunes. Toda la clase política española
es culpable. Unos por acción y otros por cobarde omisión han dejado que el
veneno de la mentira, de la desmemoria histórica del zapaterismo, destruyera el
tejido de afinidades y afectos creados desde el fin de la propia guerra. Así
surge ahora este odio desbocado que puede hacer de la muerte de Láinez un
terrible augurio.
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