WINNIE, LA TIERNA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 03.04.18
La izquierda fabrica a iconos a partir de realidades muy
siniestras
LLEGA de Sudáfrica la noticia de que ha muerto Winnie
Mandela y en cuestión de minutos todos los medios audiovisuales de España y
probablemente de todo Occidente se lanzan a un cántico obituario en el que se
glosan todas las virtudes de esta mujer entregada, generosa, luchadora,
heroica, demócrata y siempre leal a Nelson Mandela. Vienen a poner a la muerta
a la altura de aquel gran hombre, ya en vida leyenda, al que después se ha
convertido en santo laico, no siempre con las más santas intenciones. Pero
Nelson Mandela se redimió de su juventud terrorista con un conmovedor
crecimiento personal en prisión hasta ser un hombre sabio y prudente, que sabía
que el racismo negro era tan perjudicial para Sudáfrica como lo había sido el
blanco. Él distinguía entre propaganda y realidad y tenía temple y autoridad
para controlar y aplacar el odio de los demás después de haber domesticado el
propio. Ahí está su grandeza y su mérito. Ese fue el éxito inicial de la nueva
Sudáfrica que ahora amenaza con descarrilar y caer en la revancha racista que
tan catastróficos resultados ha tenido en la antigua Rhodesia, en Zimbabue.
Pero detrás de Mandela no había una gran mujer. Porque lo
cierto es que prácticamente todo lo bueno que se dice de Winnie Mandela es
mentira. Ella era, en su permanente alarde de violencia, despotismo, odio y
fanatismo, además de una infinita codicia, todo lo que Mandela repudiaba y
consideraba tóxico para la sociedad sudafricana. Se oye en las radios decir
alegremente que Nelson y Winnie eran almas gemelas, cuando era uno la antítesis
del otro. En realidad da igual lo que fuera. Los hechos no importan. Porque los
periodistas no necesitan ya ni órdenes para saber que tienen que hablar bien de
Winnie y no pueden recordar ni sus crímenes ni sus robos ni sus torturas a
jóvenes discrepantes en su grupo de fanatizados militantes. Los medios no están
ya para recordar hechos y describir la realidad sino para lanzar emociones. Y
la orden ayer era lamentar la muerte de una heroína negra antiimperialista y de
izquierdas contra el racismo blanco, capitalista y perverso, por supuesto.
Es la grotesca forma de crear iconos pop a partir de la
política para lo cual no solo hay que simplificar. Hay que mentir a chorros. El
caso más lacerante es el del Ché Guevara, un aventurero y asesino con el mismo
respeto a la vida humana y al prójimo que el monstruoso Joseph Mengele o el
inefable enano rijoso de Laurenti Beria. El propio Fidel Castro logró ser uno
de esos iconos. ¡Cómo se pasaban el picaporte en La Habana para hacerse la
foto, previa genuflexión, todos los impecables demócratas europeos de la
izquierda y la derechita! De Fidel y del Ché hay camisetas, calcetines,
banderas, posters, gorras y almohadones para que los niños del capitalismo
trivialicen sus crímenes. Hasta homosexuales llevan camisetas con el rostro del
Ché que es como un judío con gorra del citado Mengele. Le gustaba darles palizas
en la «caza de maricones» para encerrarlos en campos de trabajo. La izquierda
«tunea» a sus asesinos para que sus crímenes parezcan «otra de Spielberg». Así
difuminados sus cien millones de muertos, solo quedan para odiar los grandes
criminales que la izquierda considera sus enemigos. Contra ellos tienen toda
una industria mediática que activa los odios cuando se necesita. Con simplezas,
muchas mentiras, propaganda y hegemonía mediática. Y por supuesto, sin apenas
nadie enfrente que enarbole la verdad para pararlos los pies. Y Winnie acabará
siendo una tierna mujer tolerante y paciente digna de verse en los altares,
camisetas y boinas.
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