CHEMNITZ VOTA A SÁNCHEZ
Por HERMANN TERTSCH
ABC Jueves, 30.08.18
Los llaman nazis porque quieren que Merkel eche a los
inmigrantes como hace Sánchez
ESTOS pasados días toda la prensa europea ha llamado
alegremente ultraderechistas y nazis a los habitantes de Chemnitz, esa ciudad
que desde 1953 hasta 1989, bajo el régimen comunista de Alemania Oriental, se
llamaba Karl Marx Stadt. Otra vez se habla con desprecio de los alemanes
orientales como incultos, pobres, poco sofisticados y por tanto con simpatías
ultraderechistas. Algo parecido a como tachan en Europa los intelectuales a los
votantes de Trump: analfabetos, racistas y primitivos que viven en caravanas y
encima son blancos. Estos primitivos, señalan, son carne de cañón de «la
ultraderecha», esa fuerza de la derecha nacional que cada vez crece más en
Alemania como en tantos países europeos frente al sistema, aun hegemónico pero
ya no como antes incuestionable, de la socialdemocracia de derecha. Así se
explican los medios alemanes, cada vez más unánimes y oficialistas, que muchos
miles de habitantes de Chemnitz salieran a la calle indignados cuando supieron
que dos refugiados, uno iraquí y otro sirio, habían asesinado a un joven. La
víctima era Daniel H. un alemán con sangre cubana, que había intentado defender
a unas mujeres acosadas por los dos árabes. Los medios daban a entender que los
que protestaban esta muerte son unos radicales y descerebrados. Y sin embargo,
los medios ya no logran neutralizar la impresión y la convicción de que los
descerebrados son quienes pretenden que la sociedad no reaccione. Todos saben
que si hubiera sido un alemán el que hubiera matado a Daniel H. no habría
espacio mediático que no hablara en encendidos términos de la víctima y
convirtiera al asesino en un racista alemán sin piedad ni conciencia. Lo cierto
es que a las pocas horas del asesinato de este joven, el problema no era el
crimen y el muerto sino la supuesta «terrible amenaza de la xenofobia». Como
después de un crimen islamista lo único que ha de inquietar es la islamofobia.
En la «terrible oleada de xenofobia» que presentaban como poco menos que un
pogromo, no pasó nada, no hubo ni un agredido ni un herido. Porque la llamada
«furia xenofobia» eran miles de ciudadanos alemanes decentes que protestan
porque se resisten a perder su espacio público, su libertad, su seguridad y su
derecho a levantar la voz contra las injusticias y contra el crimen. Y a que
encima los insulten.
En Chemnitz, el partido derechista Alternativa por Alemania
AfD que irrumpió en el Bundestag con 94 escaños, era ya el segundo partido en
aquellas elecciones federales de 2017 con el 24%, a dos puntos del ganador la
CDU. Los partidos tradicionales, desde la CDU, al SPD, los Verdes hasta la
ultraizquierda, se han empeñado en tachar de ultraderechista a cualquiera que
proteste contra una política que ha causado inmenso dolor y desgracia y ha
cambiado radicalmente Alemania como nadie le había encargado a Angela Merkel
cuando llegó al poder. En Chemnitz esta semana, como en toda Alemania, los alemanes
salen cada vez más a expresar su rabia por la delincuencia e inseguridad. Y
demuestran que cada vez tienen menos miedo a que los tachen de ultraderechistas
y nazis. Cada vez es menos eficaz el discurso oficial implacable e
intimidatorio con cualquiera que pueda mostrar simpatía a postulados que
tachados de xenófobos o ultraderechistas por los observatorios de la corrección
política. Cuando en realidad lo que piden es exactamente lo que ha hecho el
jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez, con la expulsión inmediata de 116
agresores e inmigrantes ilegales. ¡Hay que echarlos, como hacen Sánchez y
Marlaska! Ese es el lema real de los llamados neonazis alemanes. Su ansia y su
sueño es un gobierno que proceda como hace dos días hizo el gobierno socialista
de España.
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