PAUL LENDVAI: "NO DA IGUAL QUIÉN MANDE"
Por HERMANN
TERTSCH
ABC
24.06.07
Nacido
en Budapest en una familia judía diezmada en el Holocausto, encarcelado en
Hungría antes de la muerte de Stalin como conspirador trotskista, Paul Lendvai
logró huir a Austria durante la Revolución del 56. Desde entonces, ya
austriaco, en décadas como corresponsal del «Financial Times» y jefe de la
oficina oriental de la televisión austriaca, legendaria por su inmensa
autoridad en Centroeuropa, trató prácticamente a todos los líderes del
comunismo europeo después de Stalin. Es autor de libros imprescindibles para
entender el siglo XX en la Europa dividida. En «El Balcán rojo» analizó ya en
1969 las relaciones entre comunismo y nacionalismo. En «Antisemitismo en Europa
oriental» examinó la movilización del odio al judío en la retórica y la
política del comunismo oficial, y en «La burocracia de la verdad», la
manipulación y la mentira del comunismo.
-Los
problemas en la gran Europa ampliada tienen mucho que ver con la imprevisión ante
el colapso del imperio soviético.
-El
hundimiento fue un regalo del cielo. Si se considera lo que decían incluso
aquellos con tanta visión como Helmut Schmidt o Willy Brandt, que daban por
hecho que el muro seguiría allí dentro de un siglo. En Alemania había 60 u 80
institutos dedicados al análisis y observación del Este de Europa. Nadie supo
ver aquello.
-Entonces
no estaba bien visto plantearlo.
-Discutíamos
mucho Leszek Kolakowski y otros amigos sobre cuál sería el escenario más
probable de crisis. Si vendría desde la periferia o desde el centro. Pero no se
supo prever ni había tampoco un plan «B» ante un colapso y sus consecuencias.
El precio de esta falta de preparación se pagó al final en Yugoslavia cuya
desaparición sí era previsible. Yo la había anunciado años antes en mis libros.
-¿Qué
funcionó tan mal?
-Existe
un dilema básico siempre en la relación con regímenes de este tipo y está en
saber cuando se debe tratar con el prisionero o el carcelero. Es un dilema muy
difícil que requiere mucho conocimiento. Hoy muchos tienden a creer que basta
con hablar tan sólo con los carceleros.
-Eso
recuerda al dilema de los europeos con Cuba.
-Cuba
es un caso especial porque está revestido de ese «pathos» de la derrota. Todo
el mundo sabe que el comunismo no funciona, saben que la dictadura es terrible,
pero se asume desde fuera como un monumento y allí van los García Márquez y
compañía a adorar a Castro. Es esa izquierda que no quiere plantearse la
alternativa segura de que Cuba sería una joya si hubiera adoptado una política
y economía razonables o se hubiera matado al dictador a tiempo. Pero ese pathos
de la derrota también se ve en general en la política internacional. ¿Dónde hay
manifestaciones contra Rusia y Putin como las que se producen contra la globalización
y EE.UU.? Véase la prensa europea en la que, si se excluye a un par de
publicaciones de calidad, la vocación fundamental es condenar por todo a
Estados Unidos y otorgar siempre el beneficio de la duda a Rusia. El
antiamericanismo en ciertos medios de Europa es una plaga intelectual. Pero la
izquierda sigue con sus dogmas frente a las evidencias. Por eso pretenden que
Rusia no es una amenaza y Washington sí. Hay poca memoria y mucha tontería.
-Se le
desoye a usted, y a muchas voces centroeuropeas, que advierten del nuevo
peligro desde Rusia.
-Bueno,
hay mucho oportunismo y es evidente que la evolución económica y las
necesidades energéticas han dado muchos argumentos a aquellos que creen que hay
que hacer negocios con Rusia sin importarnos nada que es lo que pasa en el
interior del país. Cierto que la estabilidad es muy importante pero nada dice
que lo que la garantiza a medio o largo plazo es un régimen que aplasta la
libertad de prensa, liquida los partidos, persigue a los discrepantes y se ha
convertido en una dictadura sui generis en la que todo el Estado ha sido
absorbido por los servicios secretos. Esto no tiene precedentes.
-¿Ni en
el pasado soviético?
-No,
tampoco con Stalin. Entonces los que mandaban eran él mismo o el partido. Los
servicios secretos eran un arma suya. Pero ahora estos servicios secretos han
asumido todo el poder. Y esa estabilidad de la que hablan muchos como gran
conquista puede convertirse en la paz de los cementerios. Esa estabilidad fue
la que existió entre 1945 y 1953. Nada indica que en esta senda Rusia vaya a
tener indefinidamente esa estabilidad que desean quienes hacen negocios con
ella.
-Hablamos
de antiamericanismo pero en EE.UU. muchos desprecian a Europa como socios poco
fiables, apaciguadores y nada dispuestos a sacrificios.
-El
«appeasement» (el apaciguamiento) pertenece a la esencia de la política
europea. Con esta UE ahora inflada a 27 miembros será imposible que tomemos
decisiones unidos. Considero un gravísimo error la huida hacia delante de la
pasada ampliación. Pero ante todas las amenazas, externas e internas, si no
estamos dispuestos a hacer sacrificios para defender nuestros valores, estos se
hacen indefendibles y los enemigos son conscientes de ello. Esto es una máxima
que en Europa muchos, pese a las terribles lecciones del siglo XX, no parecen
dispuestos a aprender.
-¿Cree
que cambia la situación con los nuevos liderazgos en Berlín y París?
-Creo
que la trayectoria de Angela Merkel es realmente prometedora. La gente la
subestimó. Es una mujer que procede de Alemania oriental, sabe lo que es una
dictadura y la falta de libertad, es por profesión una científica, pragmática,
razonable, sin objetivos ilusorios y con un sano instinto de poder. Y también
es una buena señal un Nicolás Sarkozy, cuya elección dice mucho bueno sobre
Francia pero también sobre las diferencias en el seno de la Europa unida.
Porque la elección de alguien con un perfil como la del nuevo presidente, padre
húngaro y madre judía es absolutamente impensable en países hoy nuevos miembros
como Hungría o Polonia. Imagínese querer ser presidente en cualquiera de estos
países centroeuropeos con un padre alemán y una madre judía. La aparición de
ambos es una buena noticia para Europa.
-Curiosa
respuesta de una derecha francesa considerada chauvinista.
-Creo
que lo sucedido en Francia demuestra su inmensa madurez y salud de la sustancia
política, cultural y ciudadana. Un politólogo americano, MacNeal, escribió hace
más de treinta años un libro sobre el liderazgo que podía sintetizarse en que
solo la percepción de seguridad y prosperidad en una mayoría confiere realmente
significado a esta definición. Helmut Schmidt y Bruno Kreisky jamás fueron
amados por sus izquierdas a las que se metían en el bolsillo sin hacerles caso
jamás. Creo que en los últimos tiempos se ha minusvalorado el peso de las
personalidades. Isaiah Berlín solía decir que la historia no es una autopista
por la que todos conducen igual. Sin individualidades excepcionales como
Hitler, Stalin o Churchill, dirigentes hacia el bien o el mal, la historia
habría sido muy diferente. No da igual quién mande.
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