The Unending Gift

martes, diciembre 03, 2013

MARTIRIO IGNORADO

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 03.12.13


Imperdonable es que los cristianos occidentales no ejerzan su influencia en hacer frente al martirio de sus hermanos en Cristo

VEMOS cruces rotas o quemadas, iglesias en ruinas y también, en ocasiones, cadáveres calcinados. Son imágenes que nos llegan ocasionalmente. Cierto que con alguna frecuencia. Pero como brotes aislados de violencia lejana. Son incidentes remotos con víctimas desconocidas. A las que prestamos poca o ninguna atención. Porque el mundo produce más noticias trágicas de las que podemos digerir. Porque tenemos nuestros propios problemas que siempre nos parecen los mayores. Por mucho que sepamos que son cuitas ridículas comparadas con otras que se sufren lejos. Todo esto, todo aquello, genera una muy densa y eficaz cortina de hechos y angustias que nos impide ver uno de los fenómenos más trágicos, amplios y trascendentes que se produce en el mundo en este comienzo del siglo XXI. Es la persecución a muerte de los cristianos y el exterminio de la cultura cristiana en muchas regiones de la Tierra. En muchas de ellas con raíces y tradición milenaria. No estamos ante inocentes religiosos o brotes de odio entre comunidades. Sino ante una persecución sistemática del cristianismo en muchas regiones donde es minoría. Y con intención de acabar con su existencia, de extirpar cristianismo y su memoria de países en los que ha sido parte capital de su identidad durante siglos.

El diplomático español Javier Rupérez publica un artículo al respecto en la revista de FAES en la que denuncia la pasividad con que la comunidad internacional asiste a una persecución de dimensiones bíblicas. La tragedia está en los hechos desnudos. En Irak el censo de 1987 registraba una población cristiana de 1,4 millones. En 2003 esa cifra se había reducido a 800.000. Hoy, la organización católica «Ayuda a la Iglesia Necesitada» estima que probablemente no sean más de 150.000 los cristianos en Irak. En el norte de Nigeria saltan regularmente a las noticias cuando la matanza de la organización islamista Boko Haram es multitudinaria. Pero apenas se percibe el permanente goteo de muerte, agresión y terror. Como no se informa de los pogromos que sufren los cristianos en partes de la India, bajo un hinduismo fanatizado.

Son decenas los países de Asia y África en los que la persecución de los cristianos es práctica habitual, más o menos tolerada por los Gobiernos, volcada contra esta comunidad por la única razón de su credo. Como señalan desde el National Catholic Reporter, que sitúa la cuestión en un contexto histórico comprensible y exigente: «No tenías que ser judío en los años 70 para estar preocupado por los judíos disidentes en la Unión Soviética; no tenías que ser negro en los 80 para sentirte afectado por el apartheid en Sudáfrica; y de la misma manera no tienes que ser un cristiano hoy en día para reconocer que los cristianos constituyen el grupo religioso más perseguido en el planeta».

Las cifras que hablan de 100.000 cristianos muertos cada año durante la pasada década están distorsionadas al incluir a los cristianos asesinados en las matanzas del Congo. Pero sin ellos hay que hablar de 10.000 cristianos asesinados todos los años desde hace una década. Es decir, cada algo menos de una hora se asesina a un cristiano por el mero hecho de serlo. Trágicas son las penalidades de los cristianos allí y triste la indolencia de los cristianos aquí. El desinterés en las sociedades occidentales –por lo general de mayoría cristiana–, es un síntoma desolador del estado de su músculo moral y su conciencia. Cierto que es muy ofensiva la falta de reacción del islam moderado ante las barbaridades cometidas por sus correligionarios radicales. Pero imperdonable es que los cristianos occidentales no ejerzan toda su fuerza e influencia en hacer frente a ese callado martirio de sus hermanos en Cristo por todo el mundo.



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