TODOS ALGO UZBEKOS
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 22.04.14
En Uzbekistán se han enterado de que un personaje que se
llama Urkullu dice que su tribu quiere una insurrección contra España
LOS uzbekos son un pueblo tratado siempre a patadas por sus
caudillos. En los mejores casos. En los peores, cuando los uzbekos más
valientes han tenido alguna queja y se han atrevido a expresarla, suelen
desaparecer. Bajo su actual flamante presidente, Islam Karimov, las costumbres
han cambiado poco. Tampoco debe extrañar. Él era el primer secretario del
Partido Comunista de la República Soviética de Uzbekistán en 1989, él era el
primer presidente del Uzbekistán independiente en 1991. Y él sigue siendo presidente
un cuarto de siglo después. Sus mayorías, que rondan el 90%, no extrañan si se
conocen los métodos de sus diversos cuerpos de policía a la hora de tratar a
cualquiera que sugiera alguna imperfección en la forma de gobernar del padre de
la patria. Bueno, pues desde ayer, los pobres uzbekos tienen un problema más en
sus vidas: ni más ni menos que el conflicto vasco. En Uzbekistán se han
enterado de que un personaje que se llama Urkullu dice que su tribu quiere una
insurrección contra España, para dejar de ser españoles y negar obediencia a
sus jefes. Pero también saben ya que España, lejos de invocar las leyes
vigentes, está dispuesta a dialogar siempre con los insurrectos. Ahora ya saben
que a España lo que más le gusta es debatir y dialogar con quienes le agreden,
roban o quieren mutilar. Un país raro que no se defiende, sino disfruta
negociando la agresión, el robo o la mutilación.
Los uzbekos no lo saben por Urkullu, con cuya tribu aun no
tienen trato. Lo saben por José Manuel García Margallo, oficialmente ministro
de Asuntos Exteriores de España, que lo primero que ha hecho en Tahkent,
capital de los uzbekos, ha sido anunciar cuánto desea negociar con Urkullu. «Es
tiempo de diálogo y negociación para un acuerdo político a la altura del nuevo
tiempo». Esta respuesta de Margallo al Aberri Eguna, madurita para el mármol,
ha confundido a algunos españoles más que a los uzbekos. No ya porque estén
sorprendidos o hartos de que el ministro de Asuntos Exteriores siempre hable de
los asuntos interiores. No ya porque haga el ministro estas proclamas fuera. Y
promueva así la internacionalización de las pretensiones separatistas de
nacionalistas catalanes y vascos más que todas las campañas que éstos organizan
en el exterior. A todo eso ya los tiene acostumbrados el ministro. Sucede que
muchos españoles se sienten ya algo uzbekos. Porque el Gobierno se uzbekiza
bastante a veces. Y algunos como Margallo, lanzan mensajes contrarios a sus
obligaciones y realidades legales con el desparpajo del déspota asiático, ilustrado
o no.
Cierto es que este Gobierno es selectivo. Solo trata como
uzbekos a los sospechosos de haberle votado y llevado al poder. A los
separatistas les concede amabilidad temerosa. Ante la izquierda brutal y
radical hace gala de obsequiosidad apaciguante. Al agresor, negociación y
comprensión. Pero ni un día sin despreciar un poco a los que, con su voto, son
responsables de que ellos manden. Antes de creerse uzbekos totales, forzados a
tragar ruedas de molino, algunos españoles aún osan preguntar a este Gobierno
que qué quiere decir el ministro con que «es tiempo de diálogo y negociación»
con el separatismo, vasco esta vez. Y más aún eso de que hace falta «un acuerdo
político a la altura de nuestro tiempo». ¿No lo es la Constitución? ¿No lo es
el Estatuto de Autonomía? ¿Se le ha ido la mano al ministro? ¿O es que vamos a
negociar de una vez por todas el desmantelamiento de los privilegios
anacrónicos del Concierto vasco? Ah, no. Que no va por ahí el ministro de
asuntos catalanes, vascos y del Uzbekistán. Nos lo temíamos.
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