VENERACIÓN AL HÉROE FRACASADO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 29.04.14
Todos aseguraban haberse enterado cuando a partir de 1944 se
fueron liberando los campos de la topografía del terror
«AL terminar la guerra supe que los gobiernos, los líderes,
los eruditos, los escritores declaraban no haber estado al corriente de lo
acaecido a los judíos. Se mostraban sorprendidos. La muerte de seis millones de
seres inocentes era un aterrador secreto. Aquel día me convertí en judío. Soy
polaco, norteamericano, judío cristiano, católico practicante. Y aunque no soy
un hereje, declaro que la humanidad ha cometido un segundo pecado original: por
obediencia o por negligencia, por ignorancia autoimpuesta o por insensibilidad,
por egoísmo o por hipocresía, o incluso por frío cálculo. Ese pecado
atormentará a la humanidad hasta el fin del mundo». Quien así habló al romper
un largo silencio de décadas fue un hombre decepcionado que había demostrado un
valor apenas concebible para evitar al mundo algunas de sus peores pesadillas.
Ya hace mucho tiempo también de aquello, de cuando este soldado, espía,
mensajero y gran señor polaco se avino a contar sus sentimientos, la vertiente
personal de una vida que había sido durante años, en las peores condiciones
imaginables, una inmensa gesta, una obra maestra de talento y abnegación en el
servicio a la libertad, a la dignidad y a la verdad. Rompió el silencio para
enriquecer el mayor y más estremecedor documento jamás hecho sobre la
monstruosidad humana que es la película de testimonios «Shoah», de Claude
Lanzmann. Y Jan Karski porque de este increíble ser humano escribo con motivo
de su centenario habló así porque él, y sobre todo él, sabía que aquello, la
pretensión de todos de haber ignorado la suerte de millones de judíos que
murieron en los campos de exterminio nazis, era una colosal mentira.
Al final de la guerra comprobó cómo mentían también los
dirigentes políticos democráticos aliados, no solo los desvergonzados cuadros
nazis alemanes, cuando decían no haber sabido nada. También Stalin había sabido
de la suerte de los judíos. Tampoco él había intentado impedir ni ralentizar la
maquinaria de exterminio de la «Solución final». Todos aseguraban haberse
enterado cuando a partir de 1944 se fueron liberando los campos de la
topografía del terror, del Holocausto. Terminada la guerra, a nadie le interesó
analizar por qué no se había hecho nada. Un año antes de terminar la guerra
había publicado un libro, «Historia de un estado clandestino» (editorial
Acantilado), que fue un inmenso éxito de ventas en EE.UU., en el que estaban ya
las claves. Porque Karski fue correo del Gobierno polaco en el exilio en
Londres y el ejército clandestino AK en la Polonia ocupada y fue al gueto de
Varsovia y volvió y le detuvo la Gestapo y le torturó y se escapó y volvió y
entró en un campo de concentración y fue y volvió del infierno muchas veces.
En 1943 fue a Washington y le pudo contar al presidente
Roosevelt lo que sucedía en Polonia. Nada cambió. Viajó incansable en plena
guerra por toda Europa para abrir los ojos e intentar cambiar la suerte de los
judíos que aún vivían. Fracasó. Cuando la guerra terminó, su Polonia, por la
que había luchado, el país que se batió sin compromiso, el único que jamás tuvo
un «quisling» colaborador de los nazis, cayó bajo otra dictadura, la comunista.
Y hasta que esta dictadura cayó, en 1989 Karski no pudo ser honrado en su
patria. Pero Polonia es una nación que celebra a sus héroes. Hasta en
ocupación, dictadura y terror. Esa veneración a sus héroes, que ayer se pudo
volver a ver en el homenaje a Karski en la Embajada polaca en Madrid, hace de
los polacos una sociedad con las virtudes del coraje y entereza que tanto se
echan de menos en el resto de Europa.
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