LENTO DESPERTAR ANTE EL PELIGRO
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 01.08.14
El zar del siglo XXI goza aún del apoyo de una población
alimentada con propaganda y desinformación
PARECE que fue ayer aquella solemne e histórica ceremonia
imperial en la gran sala de San Andrés del Kremlin en la que Vladímir Putin
gozó probablemente del momento estelar de su gloria. Allí proclamó el retorno a
la madre patria de la tierra de Crimea, que en las semanas anteriores había
mandado invadir, arrebatar a Ucrania, dentro de cuyas reconocidas fronteras
estaba, y anexionarla a la Federación Rusa. Allí anunció el presidente a los
rusos que ante ellos se abría una nueva era de orgullo, grandeza y fuerza que
harían olvidar las humillaciones llegadas con el hundimiento de la URSS. Les
reveló que frente a la decadencia occidental surgía como bastión de la
civilización cristiana la Tercera Roma, que era el corazón de la nueva Rusia,
Moscú, y en su centro aquella fortaleza del Kremlin, donde se unían tradición,
fe y voluntad. Proclamó al mundo que la patria rusa protegería a todos los
miembros de la gran nación rusa allá donde estuvieran y sin pedir permiso a
nadie. Dejaba así claro que se reservaba el derecho de intervención también
militar en cualquier país de la vecindad con población rusa como estaba
haciendo en Ucrania. Esto sucedía en marzo, la popularidad de Vladímir Putin en
Rusia rayaba el 90% de aprobación, que era puro entusiasmo, y el mundo asistía
asustado y estupefacto al éxito de esta política, mezcla de matonismo y osadía,
que sin ningún escrúpulo había logrado sus objetivos en semanas.
Cuatro meses después la situación es bien distinta. De
aquella ceremonia del más suntuoso oropel zarista nos separan hoy apenas 120
días, pero muchos cientos de muertos en una guerra no declarada entre Ucrania y
Rusia. De aquel Putin pletórico en el triunfo nos separan además, y sobre todo
los 298 pasajeros muertos del vuelo MH17. Los que cayeron desde 11.000 metros
de altura, derribados por un misil llevado por el Ejército de Putin a esa
región ucraniana para derribar aviones del Ejército de Kiev. Después llegaron
el saqueo del equipaje de las víctimas y la obstrucción a las brigadas de
rescate, que hizo que muchos cadáveres se pudrieran en el campo y algunos se
los comieran y despedazaran perros y alimañas. Aún hoy faltan decenas de
cuerpos. Aquella inconcebible falta de piedad de unos responsables que, todo el
mundo ya lo sabe, dependen del Ejército de Putin.
Hoy el zar del siglo XXI goza aún del apoyo de una población
alimentada con propaganda y desinformación casi más delirante e inverosímil que
la de épocas comunistas. Pero las élites rusas ya están muy preocupadas. Y
hablan de la obcecación en el error de un caudillo con el que los magnates
hicieron un sólido pacto que les ha permitido a todos enriquecerse en un país
en calma. Ahora peligra. Porque en dos semanas la avalancha de decisiones
tomadas en Bruselas y en Washington ha cambiado drásticamente el panorama. Las
sanciones económicas que comenzaron a tomarse tras la anexión de Crimea fueron
objeto de burla tanto en Moscú como en Occidente. La división entre los
europeos por sus diferentes intereses en las relaciones con Moscú hacía pensar
que nada serio sucedería. Craso error. Las sanciones ahora mismo son ya muy
serias, muchas en el sector financiero, el más sensible para Rusia. Y se ha
producido un cambio profundo en la percepción de Putin, que ya no es visto como
un socio algo autoritario, sino como la amenaza para la paz y la seguridad en
Europa que es en realidad. Crece la conciencia de que hay que pararle los pies.
Gobiernos y prensa occidental coinciden. Urgen medidas coercitivas eficaces,
aun a costa de sacrificios. Lentamente, Europa parece despertar ante el peligro.
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