GAUCK Y CHURCHILL EN POLONIA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 02.09.14
Si Putin puede tratar así a su vecino entre baladronadas,
nadie estará a salvo de las apetencias de quien solo reconoce el derecho de la
fuerza
EN su gran obra sobre la Segunda Guerra Mundial, Winston
Churchill narra su desesperanza y abatimiento en el año 1938 durante lo que
llama «la Tragedia de Munich». Aislado y tachado de catastrofista y belicista,
nadie le escuchaba. La inmensa mayoría de los británicos recibía entusiasmada
las noticias de acuerdos de paz con Hitler a cambio de entregarle tierras
remotas. No habría guerra ni sanciones que perjudicaran a la economía ni gastos
adicionales de armamento. Bastaba con aceptar que ciertas tierras centroeuropeas
pasaban a dominio alemán. ¿A quién podía molestar? Pero las cosas cambiaron con
rapidez, recuerda Churchill. En el verano de 1939 muchos vieron ya cuán vanas
eran las esperanzas de poder saciar el apetito de Hitler. Cuenta cómo surgen
voces que lo reclaman a él. Y en ese melancólico capítulo, Churchill habla de
las muchas ocasiones que habían tenido Francia y el Reino Unido de parar los
pies a Hitler en los primeros seis años del nazismo. Pero ninguna utilizada.
Porque los sacrificios de hacerlo se antojaban excesivos. Los 40 millones de
muertos en Europa convierten en un obsceno horror el mero recuerdo de aquellos
cálculos pecuniarios.
Ayer se conmemoró el 75 aniversario del asalto alemán a la
parte occidental de Polonia, que precedió en quince días al asalto ruso sobre
la parte oriental. Ambos actuaban en cumplimiento del acuerdo secreto entre
Hitler y Stalin firmado una semana antes en Moscú. Ayer en la Westerplatte, la
península junto a Gdansk atacada por el acorazado Schleswig Holstein aquel 1 de
septiembre, habló el presidente alemán Joachim Gauck. De la mano del presidente
de Polonia, Bronislaw Komorowski. Y con Churchill muy presente. Ambos hablaron
muy claro. Para todos los europeos que creen aún, como entonces los británicos,
que no afecta a sus vidas que Rusia aplaste a un vecino. Para todos los que por
evitar unas sanciones a Moscú que repercuten en su bolsillo, insisten en la
normalidad de que Putin viole fronteras e invada y robe territorios. Gauck,
como jefe de Estado de Alemania y en sitio y fecha tan inmensamente
significados, hizo ayer una solemne advertencia: «está en peligro la paz en
Europa». Y no en ciudades de nombres casi exóticos como Lugansk o Donetsk.
Estamos ante un desafío al derecho internacional y un alarde de agresión que,
de no tener respuesta contundente, se desbordará para desgracia de todo el
continente. Si Putin puede tratar así a su vecino entre baladronadas como su
frase directa por teléfono a Durao Barroso, «Si quiero yo tomo Kiev en dos
semanas», nadie estará a salvo de las apetencias de quien solo reconoce el
derecho de la fuerza. Y la agresión siguiente probaría la cohesión de la OTAN.
Tiene partidarios Putin entre los muchos enemigos que Occidente tiene en
Occidente. Desde rasputines y meapilas derechistas que se creen la conversión
ortodoxa de Putin y su «cruzada contra la degeneración liberal» hasta esa
izquierda que añora cualquier tiranía que acabe con su enemigo, la libertad.
Pero quienes creen en la democracia y los derechos del individuo, quienes salieron
triunfantes primero frente al nazismo y 40 años después frente al comunismo,
tienen que estar a la altura de las trágicas circunstancias. Polonia, que luchó
sola contra las dos tiranías hace 75 años y después lideró la revolución
democrática contra la miseria comunista, es la mejor inspiración. Lo recordó un
alemán, 75 años después de aquel otro asalto. Gauck dijo que ha sido Putin
quien ha hecho añicos la convivencia. «Tenemos que adaptar política, economía y
defensa a las nuevas circunstancias». Hagámosle caso. Si se permite a Putin que
imponga las reglas y el orden en Europa, nuestra libertad estaría a su merced.
Y la habríamos perdido.
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