The Unending Gift

viernes, septiembre 26, 2014

LA BATALLA DESIGUAL

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 26.09.14


Quienes sabemos que la libertad y la verdad son los dos vectores de la dignidad humana hemos perdido la capacidad de movilizarnos

CIRCULA por la red una película de terror de dos minutos y veintidós segundos de duración. Les aseguro que se puede hacer larga. Es la grabación clandestina hecha por una mujer siria en la ciudad de Raqqa, convertida en la capital del Califato por las hordas yihadistas del Estado Islámico (EI). El coraje de la mujer es difícil de exagerar. Se juega la vida en cada instante. Y en los muchísimos que no aparecen en la grabación. Mucho silencio de las calles. Hombres y mujeres armados. Ellas, totalmente cubiertas por los niqabs negros. En un instante se oye una voz que llama a la mujer con la cámara oculta. Desde un coche una voz le reprocha que su apertura para la vista en su ropaje sea demasiado transparente. Todo es terrible en el paseo silente, pero hay una escena después que es especialmente desoladora. En el cibercafé hay una mujer que habla con su familia en Francia. En un perfecto francés le espeta a su madre que no, que no hay ninguna posibilidad de que vuelva a Francia. La madre insiste, pero ella, inflexible, le dice que deje de insistir, que no le sirve de nada llorar, que ella ha tomado su decisión y está donde quiere estar. Donde han convivido desde hace miles de años pueblos antiquísimos y cultivados imponen el terror las más sórdidas y primitivas supersticiones y las más fanáticas y primarias de las creencias.

Que nosotros no somos inmunes a esta plaga lo revela esa presencia de la jovencita que ha abandonado la tediosa vida de su suburbio francés para obedecer el llamamiento del Califato. Para acudir a Raqqa a casarse con un «guerrero de Dios», para darle todos los hijos posibles para una yihad en la que maten a tantos infieles como puedan. La joven desprecia a su madre, una pobre mujer de origen sirio que, desde Francia, implora a su hija que vuelva a casa. Imperturbable, deja claro que su sitio está allí, en aquel sórdido rincón del mundo, en aquellas calles polvorientas en silencio, bajo aquella tela negra. Con todo prohibido, salvo el callar.

Son muchos cientos de millones los jóvenes frustrados que se ven sin salida en los estados fracasados o semifracasados que son tantos en ese inmenso mundo musulmán que se extiende desde el Atlántico hasta Afganistán y China. Y son millones en las ciudades europeas en las que, a su desesperanza y frustración, unen su desprecio a unas sociedades occidentales de las que invariablemente conocen las peores facetas. Los primeros no conocen en su mayoría la sociedad libre. Pero los europeos sí. Y sin embargo son tan vulnerables como los otros a la llamada al consuelo absoluto. Tan accesibles al mensaje de la solución radical de todos los males y temores. Es la oferta redentora que transmite el yihadismo con la misma eficacia y el mismo vigor que en su día el nacionalsocialismo y el comunismo. La tentación de encontrar salidas al tedio, la frustración y la penuria, a la mediocridad general, en esa épica de la salvación es difícil de resistir.

Como todos los movimientos totalitarios, se alimenta de la idea que Lenin plasmó de la forma más escueta en su pregunta retórica de «¿libertad, para qué?». Yihadistas, nazis o comunistas creen saber que la libertad es un odioso impedimento a la organización impuesta de las soluciones, con o sin Dios. Por desgracia, quienes sabemos que la libertad y la verdad son los dos vectores de la dignidad humana, del desarrollo y el bienestar, parecemos haber perdido la capacidad de movilizarnos. Batalla desigual en la que nadie se atreve a defender la libertad de la que goza. Frente a enemigos que desean morir por liquidarla.

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