LA OVEJA INDOLENTE
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 16.09.14
Con una nación en tal estado de postración, el enemigo de la
sociedad abierta ni siquiera tiene que venir de muy lejos
HEMOS creado una sociedad española al principio del siglo
XXI que se considera cuajada de buenos sentimientos, pero en realidad carece de
la más mínima compasión y empatía con todo lo desconocido y la mayor parte de
lo conocido. Pero además es ya tan absoluta la indiferencia del español hacia
todo lo que no le afecte de forma directa, que carece de la necesaria
percepción de un interés común para reaccionar en su propia defensa. Debería
producir consternación esta evidencia. Una mayoría de los españoles parece
convencida de que ante un peligro nacional puede y debe salvarse solo. Lo que
convierte a España poco menos que en un inmenso rebaño de ovejas que ante
cualquier agresión reaccionaría con pánico y huida desorganizada. De la oveja
indolente a la oveja aterrada. La capacidad de una autodefensa nacional
organizada sería nula y, en teoría al menos, nos podrían invadir, ocupar y
tiranizar a toda la nación con fuerzas muy escasas. Dicen que en 711 entraron
muy poquitos árabes, que sobraron para arrasar y ocupar la España visigótica.
Da la impresión de que ahora sería aún más fácil. Ante el espanto y la
vergüenza que la encuesta del CIS sobre la disposición a la defensa de los
españoles ha generado en algunos, hay quienes dicen que «las respuestas serían
distintas si el peligro fuera real». Ahí está el problema, que el peligro es
real. Y no existe, no ya la percepción del peligro, ni siquiera la noción del
peligro mismo. Creer que los peligros, por inminentes que sean, van a ser
suficientemente evidentes para que la población los perciba, es vana ilusión.
Publicada por encargo del Ministerio de Defensa, la encuesta del CIS revela que
solo un 16% de los españoles se sumarían sin dudarlo a la defensa de la patria
de ser ésta atacada. Dudo que haya en Europa, no sé si en el mundo, otra nación
que ofreciera los oprobiosos datos de España.
Esta tragedia, porque es una tragedia que pagaremos aunque
no seamos atacados ni hoy ni mañana, tiene muchos responsables. El primero es,
sin duda, el franquismo. El segundo, la cobardía nacional. Se impuso pronto
después de la transición que solo el antifranquismo otorgaba a los individuos
respetabilidad y plenos derechos. Mala conciencia a raudales les fue imbuida a
los españoles que habían hecho cola para despedir a Franco. Y se decretaba el
desprecio y desprestigio de todas las virtudes tradicionales que se respetaban
bajo el franquismo, aunque en absoluto fueran definitorias y mucho menos
exclusivas de aquel régimen. Y así la propia unidad de España y su bandera, el
patriotismo, la cortesía o el deber, el sacrificio o la autoridad pasaron a
formar parte de vergonzosas rémoras franquistas al progreso que debían ser
combatidas y desterradas. Y progresista -cuán prostituida palabra- fue todo lo
contrario. La derecha aceptó esa narrativa perversa de la izquierda. La
educación ha hecho el resto. Con el triunfo del localismo, la incultura y la
subcultura del igualitarismo, el desprecio y el resentimiento. Y aunque hubo
algún intento de cambiarlo, en 2004 quedó abortado. Hoy, conservadores y
liberales en España sobreviven en sus nichos, mientras un gobierno que se
presentó como representante de sus valores, asume, acata y aplica toda la
legislación izquierdista de siete años de legislatura revanchista. El mensaje
es por tanto inequívoco: no meterse en líos, pagar a terroristas, huir del
agresor, ceder ante el chantajista, obedecer y apaciguar al matón, mirar a otro
lado, medrar y trampear para sobrevivir, cada uno por su cuenta. Con una nación
en tal estado de postración, el enemigo de la sociedad abierta ni siquiera
tiene que venir de muy lejos. Con una buena franquicia se puede acabar apañando.
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