PUTIN Y SU NOSTALGIA DANUBIANA
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 18.10.14
Los serbios han despedido al mandatario ruso sin otro
compromiso que seguir como estaban
Los
soldados alemanes ofrecieron una durísima, casi ya absurda resistencia a los
ataques combinados del ejército rojo y las tropas partisanas yugoslavas que
durante diez días conquistaron en combate casa a casa los suburbios y después
la propia ciudad de Belgrado. Y hasta el día 20 no abandonó la Wehrmacht el
Kalamegdan, la histórica fortaleza turca de la ciudad blanca. Ellos no podían
saber que 70 años después, el presidente de Rusia prefería la liberación cuatro
días antes. Porque la fecha real de la liberación de la ciudad no encajaba en
la agenda de Vladimir Putin. Por lo que se adelantó la fiesta al día jueves 16
de octubre en que las tropas serbias desfilaron ante el presidente de Rusia.
Putin busca aliados europeos. O al menos tantea en los eslabones más débiles en
la cadena de sanciones y aislamiento que su política de agresión en Ucrania le
ha granjeado. El aniversario de la lucha épica común era buena ocasión.
En realidad
celebraban la victoria conjunta sobre el enemigo alemán de dos países que ya no
existen. La URSS y Yugoslavia, dos estados surgidos de la Primera Guerra
Mundial, dejaron de existir sin llegar a cumplir los 75 años de vida. Vidas
tormentosas y azarosas fueron las de los dos estados multinacionales, como
también sus relaciones bilaterales. El paneslavismo fue un movimiento cultural
emanado como todas las doctrinas políticas sentimentales del romanticismo
alemán. Creció mucho a finales del siglo XIX cuando Hungría, desde 1867 con
estatus especial en el imperio austrohúngaro, generó inmensos agravios y
rencores entre los eslavos. El paneslavismo llevó a la creación en 1918 de esos
dos estados artificiales surgidos del Imperio Austrohúngaro que ya no existen,
Checoslovaquia y Yugoslavia, dos uniones de eslavos separadas por húngaros. El
paneslavismo habría de fracasar después en el «limes» de la cristiandad, entre
católicos y ortodoxos. Pero Moscú y Belgrado estaban del mismo lado y
estuvieron en la misma trinchera en las dos guerras mundiales.
Si pasaron por
momentos de lazos íntimos como aquel combate hombro a hombro por las calles de
Belgrado en 1944, pasaron por terribles enfrentamientos en los que en Moscú se
moría mucho y muy rápidamente de titoísmo. Si en el año 1937/38 lo lógico en
Moscú era ser fusilado como agente japonés o trotskista, en 1948 todos morían
por titoísmo, una fiebre yugoslava que dejaba muy pronto el torturado cuerpo
lleno de plomo. Y en la patria de Tito, de Josip Broz, quien no demostrara más
lealtad al héroe partisano que a los viejos lazos estalinistas, acababa en un
campo de concentración en una isla del Adriático. O con un tiro en la nuca en
una de las muchas fosas ya semillenas de huesos de colaboracionistas de la
guerra civil yugoslava que se batió simultánea a la guerra contra la ocupación
alemana. Así dirimieron sus diferencias en la posguerra durante mucho tiempo
Moscú y Belgrado. Después, muerto Stalin, fueron más civilizadas con una
Yugoslavia ya capitalizando el liderazgo de Tito en el Movimiento de los No
Alineados. Después llegó la revolución democrática en el este y la implosión
casi simultánea de la URSS y la R.F. de Yugoslavia con sus guerras
nacionalistas.
Equilibrios Los serbios, asociados a la OTAN, hacen maniobras militares con los rusos
Hoy Serbia ha aprendido, con sangre, la lección y sabe que su
futuro de prosperidad y seguridad está en la Unión Europea y Occidente. Los
serbios tienen un recuerdo muy fresco de la política ultranacionalista de
expansión de su presidente Slobodan Milosevic que tanto se parece a la que
ahora practica Putin en los países que tienen minoría rusa. Si Milosevic dijo
que la Gran Serbia llegaría allá donde está la tumba serbia más alejada, Putin
reclama el derecho de intervenir allí donde vivan rusos, sea en el territorio
que sea. Los serbios ven a Putin montado en su tigre nacionalista y no tienen
gana alguna de volver a una retórica y dinámica cuyos efectos conocen bien. Los
gobiernos serbios llevan ya desde la caída de Milosevic luchando con mayor o
menor convicción en favor de un realismo europeísta y contra esas emociones
nacionales, tan vivas aún, que fraguaron la catástrofe. Y Putin llegó a
Belgrado con el ánimo de hacérselo un poco más difícil. La propaganda de Moscú
ya identifica a EEUU, la UE y Occidente en general como enemigos de la paz y
del progreso. Y querría mayor solidaridad en Serbia que es candidato a entrar
en la UE y está asociado a la OTAN. Belgrado condenó la invasión de Crimea pero
no ha adoptado medidas contra Moscú. Serbia es totalmente dependiente del gas y
crudo ruso. Los serbios hacen maniobras conjuntas con los rusos pero están
asociados a la OTAN. Son mil los equilibrios, pero pese a las cálidas palabras
de hermandad y mucha nostalgia de los combates junto al Danubio, los serbios
han despedido a Putin sin otro compromiso que seguir como estaban.
AFP Putin y su homólogo serbio, Tomislav Nikolic, en el desfile de Belgrado
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