DE TECHOS Y SUELOS
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 08.05.15
Muchos simpatizantes de Podemos han entendido que se trata
de un proyecto comunista dispuesto a destruir el marco constitucional y de
libertades
«SE hunde Podemos».
Prolifera ese titular después de conocerse ayer la encuesta del CIS. Ya se
decía en estos meses que había tocado techo. Ahora ha perdido cinco puntos
desde la anterior consulta del Estado. Podemos baja y Ciudadanos sube. Ambos en
picado. Los casos de obvias trampas, irregularidades contables y abierta
corrupción han hecho mucho daño al proyecto ultraizquierdista. La certeza de
que tienen tantas debilidades, cuando apenas han tocado el poder, ha abierto
muchos ojos. A Pablo Iglesias se le conoce mejor. Lo que destruye la imagen falsa
y edulcorada, la gran impostura que le habían ayudado a crear las televisiones.
También es cierto que la tragedia de Venezuela y su conflicto con España le han
abierto una inmensa vía de agua en su armazón argumental. Al fin y al cabo, es
el país en el que casi toda la dirección de Podemos ha trabajado y cobrado por
asesorar. El estado calamitoso del asesorado plantea obvias dudas sobre el
asesor. También está Grecia, ese otro ejemplo del callejón sin otra salida que
la catástrofe que ofrece ese partido «hermano» que es Syriza. Y muchos
españoles en principio simpatizantes, aunque les haya costado, dado el enorme
ejército mediático al servicio de Podemos y de todo lo que haga daño a las
instituciones y al Gobierno, han entendido que se trata de un proyecto comunista
dispuesto a destruir el marco constitucional y de libertades.
Pero –me permitirán que cite mi libro «Días de ira»– el populismo tiene
inmensos recursos. Y cuando ha adquirido masa crítica se instala como una
opción siempre presente y seductora por una causa u otra. Por ello siempre es y
será peligrosa para la democracia. Aunque tenga altibajos. El NSDAP perdió
mucha fuerza en las elecciones del 6 de noviembre de 1932. Fueron más de 4
puntos de caída respecto a las elecciones en julio. Se creyó dentro y fuera de
Alemania que los nacionalsocialistas de Adolf Hitler habían tocado techo y ya
eran un movimiento en declive. Respiraron aliviados millones que tenían pánico
a aquel partido cuyas intenciones estaban en las páginas de Mein Kampf. Parten
el corazón las cartas que se escribieron en aquellos días intelectuales
alemanes, judíos o no, entusiasmados con el retroceso de los nazis. Augurando
ya el principio del fin de aquel siniestro histrión austriaco, cuyo voto y
popularidad caería a niveles marginales de nuevo. Y que la República de Weimar
se recuperaría en su vigor democrático para afrontar con energía la represión
del radicalismo y la restauración del imperio de la ley y el Estado de Derecho.
Creían que la pesadilla había pasado. Pobres ilusos. Cuatro meses después, en
nuevas elecciones anticipadas, el NSDAP lograba el 43,9% de los votos. Con ese
resultado la suerte estaba echada. Hitler era canciller. Y la tragedia estaba
en marcha. En situaciones tan fluidas como aquella y como la que se avecina en
España, es tan peligroso poner techos a movimientos populistas y sentimentales
como poner suelo a los partidos tradicionales. Nadie crea que una encuesta o
una convocatoria fallida van a acabar con el peligro totalitario que ha surgido
en España para quedarse. Eso con una izquierda socialista tan errática, de
vocación revanchista y fobia a la derecha, con liderazgos tan livianos como el
de Pedro Sánchez. Nadie sabe qué tipo de partidos tendrá la izquierda en un
futuro en el que son probables mayorías parlamentarias efímeras y elecciones
mucho más frecuentes de lo deseado. Pero también la derecha habrá de retirar a
quienes todavía la dirigen. E ir a una refundación que restablezca un proyecto
con credibilidad y probidad suficiente para hacer frente a esa amenaza
totalitaria que ya siempre va a tener la democracia española.
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