EL DISCURSO DEL REY
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 21.07.15
El Rey Felipe nos regaló un texto de esos que siempre se
esperan y casi nunca llegan, lleno de inteligencia, emoción y calidad
EL discurso
pronunciado ayer por el Rey Felipe VI en Bilbao, con motivo de la entrega del
II Premio Reino de España a la Trayectoria Empresarial a José Ferrer Sala, es
sencillamente espléndido. Y lo digo en tiempo presente porque espero que
permanezca. Con tantísimas verdades como tiene, tan eficazmente contadas sobre
España y todos nosotros, sobre la lucha de esta nación por modernizarse frente
a las resistencias y rémoras de los diversos atavismos. Son un consuelo las
magníficas palabras del Rey, magníficamente articuladas en una sobria
exposición de buenas razones para luchar por una España capaz de unir, inspirar
y esperanzar. Un consuelo cuando algunos aún tenemos en la retina una imagen
que hubiéramos preferido no ver, la de un mequetrefe, autoproclamado traidor a
España y cabecilla de la sedición, invitado en el Palacio de la Zarzuela e
intentando posarle la mano en la espalda al Monarca. Las ofensas de Artur Mas
al Rey, a España y a todos los españoles, incluidos los siete millones que él
gobierna, son ya demasiadas como para zanjarlas con un rictus severo del Rey.
Somos muchos los españoles que esperamos impacientes a que se acabe la
impunidad de que gozan las actividades del presidente de la Generalidad que son
un permanente atentado contra nuestras leyes, nuestra Constitución, nuestra
dignidad y nuestra convivencia. Esperamos una rápida, contundente y eficaz
aplicación de las leyes y el inaplazable castigo a quienes las violan a diario
con pasos concretos y gastos del erario en preparativos para la destrucción del
Estado.
En Bilbao, el Rey no
se refirió a esa malhadada audiencia. Pero habló el Rey Felipe sobre los muchos
ejemplos de imaginación, fuerza emprendedora, sacrificio, nobleza, vocación,
sentido del deber y generosidad, todas esas virtudes que solo la libertad
engendra, a los que España puede mirar con orgullo. Habló de estas grandes
cualidades e hizo olvidar las grandes mezquindades tan presentes. Se refirió a
nuestros retos, pero también a esos logros que nuestra maltratada autoestima
tantas veces olvida o desprecia. Logros que, como también las citadas virtudes,
tienen en gran parte su origen y motor en esas dos regiones españolas, el País
Vasco y Cataluña, que son no por casualidad los dos protagonistas iniciales de
este premio. En la capital empresarial de una de ellas, en Bilbao, se celebró
el acto ayer. En la capital de la otra, Barcelona, se entregará la próxima
edición de este premio Reino de España que comenzó su andadura distinguiendo a
un ilustre empresario vasco, Enrique Sendagorta Aramburu, y ahora lo hace con
el ya legendario presidente del grupo Freixenet, Ferrer Sala.
El Rey Felipe nos regaló un texto de esos que siempre se
esperan y casi nunca llegan. Lleno de inteligencia, emoción y calidad. Y la
ceremonia, como un reflejo, fue un modelo de acto institucional. Es decir, lo
contrario a las algarabías políticas tan en uso y, lo que es más grave, tantas
veces auspiciadas por las instituciones hoy en día. Las grotescas e indignas
barrabasadas de los ayuntamientos tomados por la ultraizquierda en España son
ya, como se temía, una auténtica vergüenza internacional, también por esa falta
del respeto institucional. El discurso del Rey está cuajado de claves sobre la
probidad en el uso de los mecanismos institucionales para el correcto
funcionamiento del Estado en beneficio de toda la ciudadanía. Y cómo siempre el
respeto a las leyes es el máximo mandamiento para todos. El acto de ayer contó,
por cierto, con una impecable participación y un cuidado y respetable discurso
del lendakari Íñigo Urkullu. Que parecía esforzarse por distinguirse de un
Artur Mas que esperemos tenga pronto ya cita fija con los tribunales. Y no solo
con los de la historia, que ya lo han condenado.
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