LA PUERTA ENTREABIERTA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 17.07.15
Nadie va a cambiar a los griegos que no quieren cambiar y no
pueden cumplir unas condiciones cada vez más exigentes
LAS instituciones
europeas y los gobiernos de la Eurozona se han movido con prontitud. Con
rapidez se han tomado las medidas necesarias para que llegue dinero fresco a
Grecia. Los pasos se han dado con enorme diligencia para intentar evitar
mayores sufrimientos a la población griega. Sus millones de ciudadanos no
merecen sufrir. Por mucho que se hayan esforzado en elegir siempre las peores
soluciones. Por seducidos que estén desde la soberbia y autocomplacencia
chovinista. Por cómodos que se encuentren en el autoengaño nacionalista y
narcisista. Por deshonesto que sea ese victimismo y ventajista. Nadie debe
sufrir si se puede evitar. Por mucho que haya colaborado en provocar la
situación que causa los sufrimientos. Pero casi dos semanas después del
referéndum, y tras los momentos dramáticos de Atenas, Bruselas y Atenas de
nuevo, toda la bruma de nervios, las tempestades de declaraciones y la
omnipresente confusión no pueden ocultar una sensación muy extendida de que en
un mes se ha roto algo en la Unión Europea. Nada va a recomponer algo que ya no
está. Que desapareció. De forma definitiva. Irreversible.
No hablamos solo de
Alemania, por mucho que allí haya generado especial conmoción lo sucedido.
También porque la germanofobia ha alcanzado cotas de disparate inauditas. No ya
en Grecia, donde se puede disculpar esa terrible desmesura y ese alarde de odio
xenófobo. También en España parece la izquierda decidida a recurrir a los más
primitivos mensajes. Y no solo la ultraizquierda homologada a Syriza, los
neocomunistas enemigos de la sociedad abierta y libre y por tanto de la Unión Europea.
También un PSOE que últimamente vota más en Europa de acuerdo con Le Pen que
con el SPD. Los socialdemócratas europeos observan estupefactos la deriva de un
Pedro Sánchez llamado todavía, antes de volver a no ser nadie, a hacer más daño
del ya causado con la entrega de las grandes ciudades españolas a una muy
lograda selección negativa que ha encumbrado al poder a lo peor de España.
En el norte de Europa
se ha roto ya el tabú de la salida de Grecia como objetivo deseable. Hoy están
en todas partes los que abogan por su salida. Empezando por toda Finlandia y
todo el Báltico, más el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble. Pero
también su antecesor, el socialdemócrata Peer Steinbrück, candidato a la
cancillería en las pasadas elecciones federales, que lo anunció ayer. En el
norte de Europa comienza a extenderse la impresión de que estos últimos años de
esfuerzos y miles de millones de ayudas han sido literalmente tirados a la
basura. Porque se ha intentado lo imposible, ocultar con ayudas la terrible
certeza de que cabe más productividad en un taxi de Múnich que en un estadio en
el Pireo. Estas pasadas semanas de sobresalto han impuesto un renovado
prestigio de la sobriedad. Y de la modestia. Nadie va a cambiar a los griegos
que no quieren cambiar y no pueden cumplir unas condiciones cada vez más
exigentes. Grecia está fuera del euro. Ahora se trata de saber qué va a suceder
con otros países que quizá tampoco quieran asumir todas las exigencias que
plantea la pertenencia a ese euro que se quiere salvar, pero no en todas partes
a toda costa ya. Nunca se volverá a repetir con otro país miembro este calvario
y alarde de autoengaño que ha sido la gestión de la crisis griega del lustro
pasado. No habrá nunca más comprensión y paciencia sin fin para incumplidores
en economía ni transgresores en ideología. No se quería dejar ir a Grecia para
no crear el precedente. Pero el precedente se dará. Y la puerta de salida
quedará entreabierta.
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