LA UE, UN CLUB EXCLUSIVO DAÑADO POR LA CRISIS HELENA
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 12.07.15
Grecia mantiene en vilo a Europa El impacto institucional
Uno de los pilares de la Unión Europea ha sido cumplir las
reglas, algo que Atenas parece no entender
Aliados por razón
e interés Los padres fundadores pensaron que había que buscar una
rápida fórmula de generar intereses comunes compartidos entre enemigos
tradicionales por pasión
Exceso de ambición Es posible que las diferencias entre ricos y pobres,
capaces e incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, dinamiten
definitivamente el proyecto común
La Unión Europea (UE)
es una comunidad de derecho internacional para la integración y la gobernanza
en común de los Estados y pueblos de Europa. Está compuesta hoy por 28
miembros. Y tiene su origen en la nada extravagante idea de unos estadistas
franceses y alemanes y otros, a su cabeza Robert Schuman y Konrad Adenauer, de
que quienes cocinan su pan juntos, lo comparten bien y no se pelean. Con Europa
convertida en un inmenso mar de escombros y cementerios, con las cotas más
altas de barbarie y las más bajas simas de la depravación todas alcanzadas en
el supuestamente civilizado y sofisticado viejo continente, los pueblos
europeos, tras llorar y enterrar a sus muertos, estaban volcados en la
reconstrucción de sus ciudades devastadas e industrias e infraestructuras
desaparecidas.
EFE
Pero los más sabios
se preocupaban ya por buscar formas de evitar la repetición de la tragedia que
acababa de concluir. Tampoco este temor a una repetición era ni mucho menos
extravagante. Porque en tres décadas, Europa había causado dos inmensas guerras
que estallaron en su corazón y se convirtieron en conflagraciones mundiales.
Desde el año 1918 en que concluyó la mayor guerra jamás habida en la historia
hasta el comienzo de la siguiente que habría de superarla con creces en
extensión, gravedad, número de muertos y devastación moral, pasado solo 21
años.
De ahí que los padres
fundadores pensaron que había que buscar una rápida fórmula de generar
intereses comunes compartidos entre enemigos tradicionales por pasión para
convertirlos en socios y aliados por razón e interés. Y se decidió comenzar esa
cooperación por un terreno estratégico, que hasta entonces era un campo de
frenética rivalidad entre los Estados. Es decir, empezar por las materias
imprescindibles para la industria necesaria para fabricar las armas requeridas
para despedazarse los unos a los otros.
Y así se comenzó
aquella labor desde un principio con el acuerdo para compartir y coordinar la
producción y el comercio común del carbón y del acero. Casi 65 años han pasado
desde aquella constitución en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del
Acero (CECA), con la participación de Alemania, Francia, Italia, Países Bajos,
Bélgica y Luxemburgo. Lo que desde entonces ha sucedido entra de lleno entre lo
logros estelares de la humanidad. Y por mucho que algunos hoy vean peligrar
todo ese proyecto esto es ya un hecho incontrovertible. Porque el inmenso éxito
de la Unión Europea no podría ni discutirse ni negarse aun si llegara a su fin.
Los 28 estados miembros de la UE han entrado todos en ella voluntariamente,
muchos después de inmensos esfuerzos por lograrlo, frecuentemente con ingentes
sacrificios de sus respectivas poblaciones por cumplir las condiciones
requeridas para entrar en este exclusivo club de prestigio. Siempre ha habido
una cola para entrar. A veces muy larga.
La Unión Europea
siempre ha sido un poder suave en el que ha regido a lo largo de su historia
–hasta niveles muy poco prácticos y disfuncionales– el principio del pleno acuerdo
y por tanto del veto. Ha habido muchos casos de conflicto desde el principio
porque en dirimirlos está gran parte de la razón de su existencia. En
resolverlos, desde los conflictos pesqueros a los lácteos, los eternos
problemas de presupuestos y de cuotas u otros choques de intereses entre países
que, según iba creciendo la comunidad de estados, tenían menos base común y más
posibles diferencias. Pero toda la organización y su amplia e intensa
institucionalización está concebida con una vocación garantista y de buena fe
como jamás lo ha sido otra comunidad de derecho. Por eso han sido pocos los
enfrentamientos de instituciones y miembros contra uno de ellos aislado por
algún litigio o problema. Y jamás hubo un caso como el de Grecia dentro de la
zona euro, con su conflicto total con los órganos de la UE que ha llevado a un
lenguaje y una relaciones que no tienen precedentes en la historia común.
Desafíos y
enfrentamientos
Grecia ha desafiado
reglas y principios y ha llevado el enfrentamiento a unos niveles absolutamente
desconocidos y algunos creen que irreversibles. Muchos creen que aunque hubiera
ahora acuerdo inicial, se ha roto ya algo irrecuperable. Y que las dificultades
de un gobierno como el griego a hacer una política de reformas, unidas a esa
destrucción de la mínima base de confianza y buena fe necesaria llevarán más
temprano que tarde a una salida de Grecia de la moneda común. Se verá si
entonces la hostilidad no es ya tan grande que pueda crear una dinámica que
acabe con la salida de Grecia hasta de la UE.
Quizás el caso más
espectacular, y desde luego sin precedentes, fue el de las sanciones impuestas
a Austria en el año 2.000 por la formación de un gobierno de coalición de los
democristianos de la ÖVP con los populistas ultraderechistas del FPÖ de Jörn
Haider. Hoy parece una broma la ofensiva, incluidas las sanciones, lanzada por
la Comisión y los entonces trece otros miembros contra la decisión electoral de
los austriacos que en ningún momento violaron ni pusieron en duda ningún
acuerdo ni principios de los Tratados. Todo por la acusación o sospecha del
carácter xenófobo que se mantenía sobre el FPÖ. El agravio comparativo fue
realmente escandaloso. Nadie pidió sanciones por los acuerdos de Silvio
Berlusconi con xenófobos de la Lega Nord en Italia. Nadie los pidió contra un
Gobierno de la extrema izquierda como es el de Alexis Tsipras. Ni por sus
numerosas deslealtades y afrentas a la UE. El caso de Austria duró tan solo
unos meses. Y aunque muchos consideraron entonces injusto el trato, la cohesión
de la UE no estuvo en duda.
Todos los países
recién liberados de la tiranía comunista hacían cola para ingresar en este club
exclusivo de lujo, con su altísimo nivel de vida, su calidad democrática y su
prestigio de eficacia y buen hacer. Hoy, la tremenda crisis de la pasada década
ha dejado inmensas grietas. La buena imagen de la UE es cuestionada por muchos.
Como lo es el propio futuro del euro o al menos la continuidad en el mismo de
diversos estados. Angela Merkel ha dicho que del futuro del euro depende el
futuro de la UE.
Es posible que la
unión haya pecado de exceso de ambición y las diferencias entre norte y sur,
entre ricos y pobres, entre capaces e incapaces de adaptarse a los nuevos
tiempos, dinamiten definitivamente el proyecto común. Sería un pésima noticia
para todos, pero ante todo para el sur. El norte se organizaría en torno a
Alemania. El sur se desperdigaría. Se desmoronaría nuestro bienestar pero ante
todo nuestra seguridad en un mundo cuajado de amenazas. Porque dejaría de funcionar
el principio que dio pie a esta maravillosa aventura común de la Europa unida
en libertad y prosperidad. Que los que cultivan juntos sus intereses no se
matan entre ellos.
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