The Unending Gift

lunes, agosto 03, 2015

CARMONA COMO SÍNTOMA

Por HERMANN TERTSCH
 ABC Martes, 04.08.15


Con España abocada a perder la estabilidad política e institucional, qué menos que entretenernos con la suerte de Antonio Miguel Carmona

DESEARLE a alguien que viva en tiempos interesantes es una vieja maldición china. No hay interés que supere al que generan acontecimientos en los que se dirimen vida o muerte, fortuna o miseria, libertad o esclavitud. En Europa, la última época «aburrida» más larga podemos situarla entre la Guerra Franco-Prusiana de 1871 y la Primera Guerra Mundial. En aquellos años no hubo sino casi exclusivamente buenas noticias. Lo que según sabemos no son noticias. Los europeos occidentales tienden hoy a recordar como buena época sin noticias interesantes la Guerra Fría. Eso se debe a nuestra piadosa memoria selectiva, que olvida muchos y graves sobresaltos. En todo caso, hoy estamos otra vez de bruces en tiempos interesantísimos en los que la amenaza del fin del euro es tan real como la posibilidad de una descomposición de la Unión Europea y una vuelta a estados nacionales quizás agresivos y con disputas entre ellos. Son tiempos en los que nadie puede excluir que a Vladímir Putin se le vaya del todo la pinza y lleve su política de agresión hasta un extremo en el que la OTAN tenga que responder. Tiempos en los que a nadie le debería parecer un disparate que la inmigración descontrolada por mar y tierra puede llegar a tener características de invasión con el colapso del orden público en regiones enteras. Cuando es hasta probable que la confusión y las tensiones entre los 28 países europeos por esta inmigración tan irregularmente repartida lleve a peligrosos conflictos. Por no hablar de la cada vez más plausible imposición de dos euros diferentes. O lo más realista, un euro de núcleo duro septentrional y diversos países meridionales en retorno a su moneda nacional. Esté Francia en un grupo o en otro, decidirá si se da por muerta o no la idea misma de la Unión Europea. Por no hablar del desprestigio general de las ideas que confieren la fuerza a este proyecto europeo. Que son las mismas que sustentan el mantenimiento y la defensa de las democracias liberales. Frente a estas ideas, por las que cada vez menos europeos parecen dispuestos a luchar y menos a morir, surgen otras con brutal energía, otras fuerzas, unas viejas, otras nuevas, como el populismo, el nacionalismo y el islamismo yihadista. Este hace hervir en todo el continente a una juventud musulmana que, tan decepcionada como el resto de sus coetáneos europeos, tiene una alternativa ideológico-religiosa al vacío y al cinismo. Que está en el sacrificio a la causa del odio en nombre de Alá.
Este somero recuento debería sugerir que, al estar así de interesantes las cosas en toda Europa, no hay mucha necesidad de enredar todo más con cuitas nacionales. Pero no seríamos de aquí si la montaña de problemas europeos nos disuadiera de generar otros, si son gratuitos o absurdos mucho mejor. Por eso ayer el máximo representante de una de las mayores regiones españolas reiteró su intención de destruir el Estado y la Nación. Lo lleva anunciando tres años. Otros estados le habrían inhabilitado o encarcelado por un acto continuado obvio de sedición y traición. Aquí, tres años después de anunciar ese golpe de Estado a plazos, al Gobierno de la Nación, máximo responsable de la defensa de la ley y del Estado, solo se le ocurre pedirle al cabecilla del golpe «neutralidad». Estamos buenos. Con España abocada a perder la estabilidad política e institucional y las consiguientes tenebrosas expectativas para nuestra economía y nuestra libertad, qué menos que entretenernos con la suerte de Antonio Miguel Carmona. Entrañable anécdota en un partido enfermo de debilidad y veneno revanchista que se dispone a hacer a España aún más daño del que ya le causó en la década pasada.

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