The Unending Gift

viernes, agosto 28, 2015

EL DISLATE MIGRATORIO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  Viernes, 07.08.15


El reparto de cuotas no sirve sino para brindar un penoso espectáculo de mezquindad

OTRA vez se llenan las pantallas de televisión en Europa de lo que más nos desagrada. De imágenes de muertos y medio muertos recogidos en alta mar por la Armada italiana o por barcos de organizaciones humanitarias. Duele e irrita ver las imágenes. Todos se sienten un poco mal. Todos dicen que es intolerable. Pero salvo los artistas, periodistas y presentadores estrella de la izquierda española que aseguran alojar todos ellos a muchos inmigrantes del Tercer Mundo en sus lujosos hogares, nadie parece muy dispuesto a abrirles la puerta de su casa, ni siquiera de su barrio o su pueblo. Huidos de Asia, África y Oriente Medio que, por muchos y diversos motivos, han decidido que por llegar al bienestar europeo bien vale la pena arriesgar la vida. Y están convencidos de que una vez en Europa nadie los echará atrás. Los traficantes ya se ocupan de hacer esa publicidad y contar las bienaventuranzas de Europa. Algunos de los cebos son hasta ciertos. En muchos países apenas se repatría a nadie. En algunos, véase Alemania, el dinero «de bolsillo» que reciben desde el primer día y ya para siempre es mucho más que lo que jamás ganarían en sus países de origen. Unos huyen por tanto de la guerra, otros de los estados fallidos y su miseria, y otros quieren una vida mejor. Unos tienen derecho en Europa a asilo, y otros no. Pero todos tienen motivos lógicos y legítimos para querer prosperar lejos de sus países de origen. Esta nueva oleada de inmigración que se ha puesto en marcha hacia Europa tiene una peculiaridad peligrosa. A nadie se le ocurre ya la llegada a Europa por vías legales. Y Europa ha fomentado esta deriva hacia la ilegalidad absoluta al convertir esta llegada, como describía un miembro de una organización de ayuda, en una yincana en la que las autoridades ponen obstáculos sin cesar, pero prometen que, si se superan ilegalmente todos, se obtiene el premio de la permanente estancia – legal o ilegal, da igual–. Eso sí, hay que jugarse la vida. Y miles o decenas de miles la pierden todos los años. Con el hundimiento de Libia en el caos de banderías y piratas, los traficantes tienen por primera vez centenares de kilómetros de costa como puerto y playa propia al Mediterráneo. Mientras Libia siga así, la insoportable situación no tiene remedio. Se iba a hacer hace meses. No se hizo nada.
El reparto de cuotas entre los países europeos no sirve sino para brindar un penoso espectáculo de mezquindad. En el que siempre es Alemania la que con muchísima diferencia más inmigrantes acoge. Para ver después cómo en otros países mezquinos al máximo como España se montan manipulaciones para presentar a Merkel como una cruel bruja que disfruta haciendo llorar a las niñas del Tercer Mundo. La crisis de la inmigración puede dinamitar la unidad europea tanto como el drama no resuelto del euro. Todo es cortoplacismo e hipocresía y nadie tiene el coraje de explicar que es necesaria una política común con financiación masiva. No solo para intervenir en Libia. También para crear un sistema unificado de tramitación que lleve realmente a una repatriación rápida de todo el que no cumpla los criterios. Para quebrar así en los países de origen el efecto llamada, causado por la política europea mantenida hasta ahora y por la publicidad de los traficantes. Pero como nadie en Europa tendrá coraje para imponer esta política, lo más probable es que sigan llegando sin control y de forma masiva, aumenten las tensiones con la población autóctona, surja el racismo real y los conflictos urbanos y las formas autoritarias. Y así las sociedades ansiadas por estos inmigrantes se irán lentamente pareciendo cada vez más a las sociedades de las que huyeron.

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