The Unending Gift

viernes, agosto 28, 2015

MERKEL APACIBLE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  Sábado, 08.08.15


Una imagen...

A la canciller alemana nunca la veremos, en vacaciones, navegando con los poderosos. Ella siempre prefiere caminar por las montañas con su esposo

Una joven abuelita con rostro apacible, con el corte de pelo que lucía de soltera, la cara más colorada que morena, de la mano de un marido que parece la calma misma. Abuelita no es aunque lo parezca, pero tiene gracia como se le ha aniñado la cara a Merkel con su entrada en la sesentena y una serie de kilos que parece haber perdido. Como en años pasados, llegado el momento de descansar unos días, la canci-ller y su marido eligieron la montaña. Con ganas de andar por el monte y aburrirse. Todo indica que de momento lo están logrando. Están en el pueblito Sulden, en Tirol del Sur, esa esquina austriaca dentro de Italia desde 1918. Con 400 habitantes, ahora unos cuantos más por veraneantes de similares aficiones y el grupo de policías que protegen a la jefa, allí la vida social es darse las buenas tardes al cenar a las seis y media de la tarde. Y los sobresaltos locales no suelen pasar del parto de un ternero o que algún niño se rompa una pierna.

En una habitación de 30 metros en un hotel alpino, con un gran balcón con vistas al pico del Ortler de 3.950 metros, estas vacaciones de Angela Merkel y su marido Joachim Sauer se parecen mucho a aquellas que siempre hacía su mentor y antecesor Helmut Kohl en los Alpes austriacos. Las vacaciones que cualquier alemán puede hacer. Y que de hecho hacen millones. Alguna vez también se ha venido a España. También a andar, a la isla canaria de la Gomera. También como tantísimos alemanes comunes. Lo que nadie verá nunca es a Merkel subida en el yate de los Quandt o de los Schaeffler o los Würth.
Lo que quieren estos dos senderistas es simplemente andar. Su marido, un físico, parece el ser más imperturbable del globo. Y ella ha conseguido todos sus éxitos gracias a esa actitud de protectora fiable de toda la más absoluta normalidad. Ella querrá pasar estos días sin pensar en Grecia, euro, espías, Rusia, Ucrania y la pesadilla de la inmigración, todo cuestiones que la han ocupado en el pasado y lo volverán a hacer en cuanto se reincorpore a la cancillería en Berlín. La normalidad incluye el hábito. La chaqueta de corte tradicional tirolés, el llamado «Trachten», es lo más solemne que se va a poner estos días la mujer más poderosa del mundo. Si la ven en otras fotografías con el chándal gris y la gorra de visera a juego al salir de los baños termales, solo consuela la monacal discreción monocromática que distingue su atuendo de los disfraces de papagayos multicolores de los tiranos del caribe. Tan ajeno como las vacaciones espectaculares o simplemente presuntuosas le son a Merkel todas las hipérboles. En palabra como en obra. Lo que ha hecho de forma espectacular han sido sus únicos errores. Como lo fue la renuncia a la energía atómica bajo la histeria nacional alemana por el accidente en Japón. O sus juegos neutralistas en la ONU en el caos de Libia. Por lo demás, perseverando por la senda, con ganas de andar, no solo por los Alpes y para enormes disgustos para sus odiadores. Porque rivales ya no tiene. Ya ha comenzado a crear su equipo para la campaña en 2017. Nadie duda de que ganará. Toda la industria antiMerkel está de enhorabuena. Ahí la tienen hasta 2021. Con su cara de abuelita.

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