LA RESIGNACIÓN, ESE PROGRESO
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 03.11.15
En España nos invitan a ceder más de nuestra libertad,
derechos y soberanía a separatistas y a totalitarios nacionales o importados
SE han levantado
muchas voces de alarma en toda Europa ante unas decisiones de Angela Merkel en
la crisis de los refugiados que han supuesto una abierta invitación a población
en muchas zonas de crisis del mundo a acudir a Alemania en busca de asilo.
Decisiones que, bajo la redoblada presión migratoria, han hecho desaparecer en
la práctica las fronteras externas de la UE y de Alemania. Y que han eliminado
todo límite y techo al número de potenciales beneficiarios de esas medidas
alemanas dentro de sus fronteras.
No faltan quienes
dicen que Merkel y la política alemana han enloquecido. Que el buenismo y
ansias de redención han anulado responsabilidad y sentido común. Y se ha vuelto
a la desmesura del idealismo alemán. Pero hay quienes aun van más lejos e
interpretan la decisión de la canciller, más allá de la causa humanitaria, como
un colosal e histórico acto de resignación cultural. Como una terrible
rendición no verbalizada de quienes asumen como una certeza inevitable que la
alta civilización occidental tiene sus días contados. Sostienen que Merkel lo
expresó con una frase tremenda, para muchos inadvertida. «No está en nuestra
mano el determinar cuántos van a venir a Alemania». Tremenda capitulación de
quien reconoce que no controla ni sus fronteras ni su territorio ni a las
gentes sobre el mismo.
Ahí están las claves
de esa resignación de un poder agotado que anuncia que no tiene sentido
resistir a lo irremediable. Y que se adelanta a su tiempo al no poner
obstáculos, a la postre inútiles, a esta inapelable evolución de los
acontecimientos. En ese campo de los resignados habría unos que creen que la
sabia nueva de las avanzadillas de la invasión al menos otorgará a la decadente
y exhausta civilización europea algo de energía para subsistir unas
generaciones más bajo nuestras reglas y valores. Otros dan por hecho que ya
antes de que mueran todos los que hoy viven, muchas regiones del continente
serán ya regidas por fuerzas e ideas radicalmente contrarias a las nuestras de
la libertad y el pensamiento de raíz grecorromana y judeocristiana.
Esta sociedad infantilizada,
distraída y agotada del «ateísmo cristiano» como dice Jochen Buchensteiner, ya
no puede ni quiere defenderse. En muchos países ya existen sociedades
paralelas, a las que se ha permitido crear guetos con sus propias reglas en las
que las leyes nacionales y europeas –especialmente en lo que se refiere al
monopolio de la violencia o libertad de los seres humanos e igualdad de los
sexos– han sido abolidas. La mayoría de los países europeos aun no han asumido
ese futuro como irremediable. Aún hay partes de Europa que se resisten a ese
destino. Que dicen querer defender los valores que hicieron Europa libre,
inteligente y próspera. Que quieren luchar por su tierra, soberanía, cultura,
creencias y libertad. El Papa Juan Pablo II logró para Europa una de esas horas
estelares de la humanidad cuando, en su primer viaje a Polonia, convocó a sus
compatriotas y los exhortó: «No resignéis». Setenta años había regido la peste
comunista en medio continente gracias a la resignación tanto de sus víctimas
como de sus enemigos. Decían que para siempre. Cayó como un castillo de naipes.
Y en España, donde se
resignan todos menos los peores, a diario nos invitan a ceder más de nuestra
libertad y nuestros derechos y soberanía a separatistas y a totalitarios
nacionales o importados. Dicen que renunciar a lo nuestro es progreso. Que
hemos de resignarnos a que somos pasado. Seguro que no tendrá la fuerza para
aguantar sola si el continente sucumbe, pero España tiene que encontrar la
fuerza para no resignar ni capitular con los primeros. A sí misma se lo debe.
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