HASTÍO Y ANGUSTIA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 20.10.15
Con la llegada masiva de inmigrantes Europa sufre una
transformación que está fuera del control de los gobiernos
EL hastío. Es el hartazgo cada vez más rotundo ante esa
corrección política de todos los partidos tradicionales en Europa que, por
miedo a su propia gente, intenta ocultar las realidades más evidentes. Los
partidos de siempre y la prensa biempensante tienen tanto miedo a la xenofobia
que la provocan ellos. Con su ridícula alegría artificial sobre una llegada de
refugiados que podía ser asumida resignadamente como obligación por la mayoría.
Pero siempre en unas cifras asumibles que ya han quedado atrás. Y también con
sus acusaciones de racismo y hasta nazismo, a todos aquellos que hacen uso de
su libertad de expresión para denunciar las evidencias, manifestar su
preferencia por otras soluciones y su rechazo a la política de puertas abiertas
que a nadie se consultó. Los efectos políticos son ya palpables y serán
devastadores a medio plazo. Hace una semana fue Viena, este domingo ha sido
Suiza. Pronto hay elecciones francesas. Allí, allá y acullá, por todos los
frentes avanzan partidos que quieren cambiar la política de inmigración en
Europa. Mientras no cesa la oleada migratoria mayor desde la II Guerra Mundial
que comenzó con su máxima intensidad en agosto y se mantiene. Aunque haya
desaparecido de las noticias aquí en España. Porque estamos entretenidos con
nuestro golpista que baladronea aún impune en Cataluña. Con nuestro presidente
que se declara satisfecho con su partido en naufragio y sus grumetes
ministeriales de reyerta. Con nuestros socialistas que juegan a comunistas y
separatistas, los comunistas que se pretenden socialdemócratas y castristas y
toda España que parece decidida ya a lanzarse al camino hacia el Estado
ingobernable en el 2016. Porque la indolencia de los unos y el delirio
revanchista de los otros harán más imposible que nunca una España firme y
respetuosa con sus leyes y consigo mismo. Así, liados como estamos, nadie
prepara a los españoles para lo que se les vendrá también encima en los
próximos años.
La angustia. La que genera la certeza de que con la llegada
masiva de inmigrantes Europa sufre una transformación que está totalmente fuera
del control de los gobiernos. Y de que estamos ante lo que es una invasión, por
mucho que disguste asumir la no siempre impecable elección de las palabras del
obispo Cañizares. No hay día en Europa sin noticias alarmantes. Muchos miles de
refugiados se encuentran empantanados en los Balcanes y Centroeuropa, bajo la
lluvia y cada vez a temperaturas más bajas. Mientras se disparan las tensiones
entre los países afectados. En Suecia colapsan los servicios municipales de
ciudades y pueblos. La llegada del invierno ha generado un estado de emergencia
que ya afecta gravemente a la vida de las poblaciones locales. Las condiciones
empeoran, los refugiados protestan y se amotinan y la seguridad se deteriora.
Hay sitios en los que las mujeres ya no salen solas, según denuncian miles de
cartas al Gobierno sueco, desarbolado y asustado con el tono de las misivas.
En Alemania sucede otro tanto y la buena voluntad de
millones de voluntarios no puede evitar que el problema social y de seguridad
adquiera tintes dramáticos. Angela Merkel ha ido a Turquía a pedir a Erdogan
que corte el flujo. Un viaje de inmensas implicaciones del que se hablará
mucho. Será difícil y caro todo trato. Y peligroso. Abrir ahora la puerta de la
UE a Turquía parece otro paso en la dirección equivocada. Para intentar evitar
–sin garantías– la llegada de diez o quince millones de sirios se abriría así
la puerta a 80 millones de turcos. Cuando los delirios de Erdogan, la guerra
vecina y el conflicto regional sitúan a Turquía al borde de la
desestabilización y conflicto interno y externo. No parece una genialidad muy
sugerente.
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