LA BESTIA NEGRA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
23.10.15
Orban es lo que más teme la izquierda, alguien que disfruta
en la batalla de las ideas. Porque las tiene y además gana
VICTOR Orban, el primer ministro de Hungría, lleva sin mayor
preocupación los inconvenientes de ser la bestia negra de la izquierda europea.
Lo atribuye a la humillación que para él supone el éxito electoral colosal de
su política sin concesiones al progresismo al uso. En estas pasadas semanas y
meses ha sido «demonizado» por insistir en cumplir las leyes internacionales en
la crisis de los refugiados. Jamás mendiga aplausos. Ni siquiera acuerdo. Lo
que sin duda le lleva a «excesos del liderazgo», a ademanes de bonapartismo
magiar. Pero tiene muy claras las ideas sobre la legitimidad democrática que
tiene y defiende en cuestiones que van mucho más allá de la política puntual y
tienen que ver con ideas y valores que él no intercambia ni modifica a
conveniencia como tantos otros políticos coetáneos. No le perdonan que no se plegara
a la oleada de sentimentalismo que exigía a los europeos que suspendieran sus
acuerdos y tratados para que cientos de miles de inmigrantes llegados en
avalancha pudieran imponer su voluntad de cruzar ilegalmente y por la fuerza
todas las fronteras que quisieran, hacer frente con desacato a todas las
policías de los países atravesados, para dirigirse a los países que consideran
de su preferencia. Cualquiera en Hungría está sometido a las leyes del país,
por inmigrante que sea, y violarlas, como violar sus fronteras, es delito. Por
supuesto le tacharon de fascista. ¡Qué menos!
Ha venido a Madrid a poner un poco de músculo de ideas y
convicciones en ese Congreso del Partido Popular Europeo que siempre amenaza
con ser una reunión de «la derecha bienqueda», deseosa de bailar al son del zeitgeist,
adornada con mil plumas progresistas. Le conocí hace 27 años como brillante
joven anticomunista y liberal en un Budapest que era ya una inmensa vía de agua
en un imperio soviético que se hundía. Hoy liberal ya no es, desde luego. Como
español familiarizado con las prácticas de intimidación y acoso político de la
izquierda tiene gracia ver cómo explica Orban las dificultades que tienen
muchos de sus compañeros del EPP para no caer en un permanente síndrome de
Estocolmo de sus acosadores izquierdistas. Que al final los lleva a asumir
tanto el lenguaje como poco después los contenidos del mensaje de la izquierda.
Los apaciguadores y acomodaticios que solo buscan la armonía y el aplauso
socialistas, ven con razón en Orban a su peor enemigo. Que ya ha anunciado que
en Hungría no habrá sociedades paralelas, ese célebre multiculturalismo que
convierte partes de ciudades europeas en barrios orientales. Que se declara
orgulloso de la mayoría de dos tercios que le permitió elaborar una
Constitución que reconoce como valores incuestionables el cristianismo, la
nación y la familia tradicional. La libertad de religión y expresión, la
igualdad de todos ante la ley y la de hombre y mujer. «La izquierda me
considera un representante del medievo. No pasa nada». Está convencido de que
la izquierda europea quiere acabar con las identidades, la religiosa, la
nacional y hasta la sexual porque en su agenda cree poder así crear un amplio
«espacio de libertad» sin condicionantes en el que los ciudadanos ya solo
tengan como autoridad y referencia a los entes supranacionales. Y creen que la
inmigración les servirá para esta transformación social. De ahí el paradójico
entusiasmo por una inmigración que consideran ayudará a vaciar de valores a la
sociedad europea. Con Hungría no cuenten. Y otros países de Centroeuropa, más
discretamente, dicen lo mismo. Si los europeos occidentales lo quieren, que lo
hagan. Nosotros no, dicen. Orban es lo que más teme la izquierda, alguien que
disfruta en la batalla de las ideas. Porque las tiene y además gana.
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