REVANCHISMO FRENTE A INANIDAD
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 29.12.15
Poca esperanza se ve de restaurar un consenso básico
antitotalitario y constitucional
TIENE mucha razón Pedro Sánchez cuándo recuerda a los
barones del PSOE que ellos no tuvieron ningún escrúpulo en negociar y pactar
con Podemos. Para alcanzar el poder o para entregárselo a ellos a cambio de muy
cuestionables prebendas o incluso humillaciones. Por lo que ahora él pone en
duda la autoridad política y moral de los jefes regionales del partido para
torpedear sus propios intentos de hacer lo mismo para lograr la mayoría que le
lleve a presidir el Gobierno de España. Para Sánchez es la única oportunidad de
ser alguien. Si consigue componer una mayoría parlamentaria para gobernar,
logra el milagro de su propia relevancia por algún tiempo. Es probable que poco
antes de ser fagocitado su partido por la ultraizquierda y él enviado a su
casa, probablemente con deshonor. Pero es que, si no consigue la mayoría,
desaparece en semanas o meses y en un par de años nadie recordará quién era.
Sánchez quiere pactar con quien sea, como sea. Era imprevisible que, 25 años
después de la caída del muro, tuviéramos a España a punto de tener en el
gobierno a una organización comunista lanzada y financiada por caudillos
latinoamericanos y sórdidos movimientos antioccidentales. Es un absurdo y un
anacronismo. Porque llega cuando son evidentes sus nuevos trágicos y
sangrientos fracasos y crímenes en países en los que se ha vuelto a ensayar su
aventura criminal.
Y ahora toca a España otra vez el intentar lo que siempre ha
acabado igual. Han sabido utilizar la profunda crisis económica y una
corrupción generalizada que se ha sabido atribuir solo al PP, con mucha ayuda
de éste, quede claro. Pero ante todo se han beneficiado del desarme general de
una cultura democrática europea que en España tiene su eslabón más débil. La
siempre frágil cultura democrática en España recibió su golpe más terrible de
un presidente de Gobierno que llegó al poder, no por libre y pacífica elección
ni por casualidad, sino por medio del terror. Entonces quedaron rotos consenso
constitucional y reconciliación nacional. Se reactivó como arma política el
odio fratricida de la Guerra Civil y la manipulación de la memoria. Nada le
salió a Zapatero tan bien como la destrucción del tejido de afectos y lealtades
que había hecho posible la transición. La criminalización de la derecha que
lleva implícito el mensaje de la revancha es hoy factor capital y decisivo.
Solo hay que cuestionar si estamos al borde del abismo o caemos ya,
irremediablemente, hacia el enfrentamiento civil. Poca esperanza se ve de
restaurar un consenso básico antitotalitario y constitucional.
Los diques de la legalidad se han roto hace tiempo. Solo hay
que ver cómo un grupúsculo fanático como la CUP tiene en vilo al país con
esperpénticos debates sobre si colabora con Artur Mas para destruir España o
espera un poco para hacerlo sola. El horror a pactar con esa derecha
criminalizada explica por qué Albert Rivera también tuvo miedo de una apuesta
de gobierno y se desinfló. Y también por qué el PSOE pagaría tan cara la
solución decente de una coalición constitucional como la indecente de aliarse
con los niños de Maduro. El panorama estaría incompleto sin la profunda
inanidad dolosa, el desprecio a la realidad y a la gente, y la miopía política
de una dirección del PP que ha preferido llevar al partido y al país hasta este
extremo por negarse a su renovación y a la batalla política real. Bajo el peso
de la culpa real y la búsqueda de complacencias, su dirección no ha tenido ni
fuerza ni valor para defender a España de una amenaza que ahora pende como una
maldición histórica sobre nosotros. Unas elecciones darían oportunidad a la
total enmienda.
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