CONSUELO EN UN PANORAMA TENEBROSO
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 25.03.16
Es un alivio reparador comprobar que los grandes asesinos
nacional-comunistas serbios morirán en la cárcel
RADOVAN Karadzic ha
sido condenado a 40 años de cárcel. El Tribunal de La Haya ha dictado la
sentencia de culpabilidad más que previsible por la impresionante montaña de
pruebas que señalaban al psiquiatra y poeta serbio de Bosnia como el principal
responsable de la matanza habida en Srebrenica y de los muertos del largo
asedio de Sarajevo. La ejecución en Srebrenica de todos los hombres en edad de
procrear capturados, unos 8.000, revelan la intención de interrumpir la
supervivencia de un pueblo. Aquel fue un genocidio real. Con Slobodan Milosevic
muerto en La Haya, el general Tolimir, mano derecha de Ratko Mladic, condenado
a perpetua, y el propio Mladic preso, han quedado desmentidos aquellos que
auguraban impunidad para la cabeza de aquella bárbara apuesta
nacional-comunista con la que los citados lanzaron su guerra de exterminio en
los Balcanes.
Armados de su
peculiar «memoria histórica» de revancha por agravios cercanos y remotos y el
odio nacionalista como fuerza movilizadora, Milosevic, Karadzic y los demás
lograron crear el primer gran fenómeno populista de la Europa de la posguerra
cuando se procedía al sepelio de la Guerra Fría. En Centroeuropa y los
Balcanes orientales, los regímenes comunistas caían exangües y sin apenas
resistencia dado el beneplácito de Moscú. Pero en Yugoslavia, la independencia
de la URSS impedía toda presión reformista desde Moscú. El aparato comunista
serbio quería perpetuarse por medio del nacionalismo como ideología
sustitutoria en la legitimación del aparato y su poder absoluto.
El primer populismo
europeo después de la Segunda Guerra Mundial acabó con una terrible lección
para Europa que hoy, cuando apenas han pasado veinte años, ya parece olvidada
de nuevo. Porque la debilidad de Europa, su falta de criterio y desunión a la
hora de identificar causas y responsabilidades y sus esfuerzos apaciguadores
contribuyeron a la escalada bélica, al colapso del derecho en la región y a
centenares de miles de muertos. Fue Washington quien tuvo que intervenir tanto
en Bosnia como en el delirio criminal final de Milosevic en Kosovo. Por tercera
vez en el Siglo XX llegaban los norteamericanos con su máquina de guerra al
viejo continente a salvar a los europeos de ellos mismos. La falta de cultura
histórica y la frivolidad de los políticos, de los medios y de las sociedades
actuales en general llevaron pronto a considerar la guerra balcánica como una
excentricidad de pueblos subdesarrollados y radicales que jamás podría darse en
otras partes de Europa.
Los principales
responsables de la deriva hacia la guerra ultranacionalista y las prácticas
racistas criminales procedían de la izquierda comunista y usaban una retórica
leninista además de la nacionalista. Eso explica en gran parte las simpatías
que tuvieron por ejemplo en España los peores carniceros en torno a Milosevic.
La izquierda comunista española no dudó en defender una política de limpieza
étnica, odio y crimen racial y religioso, mucho más propio de movimientos
tribales o del nazismo. Lo cierto es que España –con su integridad y su
legalidad acosadas por los nacionalismos y el totalitarismo neocomunista– es
hoy ya uno de los eslabones débiles de la paz, estabilidad y convivencia en
Europa. Y hay muchos otros que se degradan en ese sentido o se reactivan como
focos de tensión ante la debilidad de la UE. En este panorama tan tenebroso e
incierto es un alivio reparador esta señal de legalidad y firmeza de una
condena incontestable que garantiza que los grandes asesinos
nacional-comunistas serbios morirán en la cárcel.
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