EL RELATIVISMO COMO VIRTUD SUPREMA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 22.03.16
El régimen cubano tenía claro que Obama necesitaba estos
días de remedo de triunfador sobre la Guerra Fría
LA visita de Barack Obama a Cuba es un acontecimiento
inolvidable por muchos motivos. Porque hacía 88 años que no visita este país
vecino un presidente norteamericano. Porque pone en principio fin a un
enfrentamiento ideológico que se prolonga 60 años. Porque es previsiblemente la
última vez que el presidente Obama goza del foco absoluto del interés mundial.
Y porque es la única vez en ocho años que Obama protagoniza un acto
internacional que merecerá ser recordado dentro de unas cuantas décadas. Una
presidencia que había comenzado con tantas expectativas como para granjearle un
Premio Nobel de la Paz por anticipado, acaba –como quizás nos auguraba
precisamente aquella ridícula concesión del premio–, con muchas penas y gloria
ninguna. Como traca final queda la sobreactuada escenificación de ese encuentro
con un pequeño dictador y asesino caribeño.
Plasmado en una ceremonia de hermanamiento entre un
presidente frívolo y sediento de fotografías y los dos hermanos dictadores
satisfechos en su guarida con todo el aparato de la maldad intacto. Con
aplausos de todos los simpatizantes de la tiranía comunista que ven en la
visita obsequiosa de Obama la máxima expresión del triunfo de Fidel. Con la
matizada aprobación de quienes, aunque partidarios de romper la parálisis, no
entienden esta necesidad de Obama de revalorizar a un régimen criminal. Y la
genuina expectación de los cubanos a la espera de ver si cambia algo más allá
del aumento en detenciones y amenazas de estos meses.
De no haber sufrido tan sonados fracasos en otros frentes,
es probable que el presidente norteamericano hubiera demandado condiciones más
respetables para los defensores de la libertad y la democracia. Habría exigido
una relajación en la brutal represión cultural e ideológica, unos gestos de
reconciliación, unas tímidas sugerencias de tolerancia de la crítica y libertad
de opinión. No ha sido así. El terrible revés de Obama en la crisis de las
armas químicas en Siria en 2013 fue la culminación de cuatro años de errores y
soberbia adanista que invariablemente generaban muertos y daños para la causa
occidental y la seguridad. Había comenzado todo a torcerse pronto con aquel
malhadado discurso en la Universidad de El Cairo en junio del 2009, cuando
Obama lanza al mundo el mensaje de que EE.UU. lo había hecho todo mal hasta que
llegó él. Pero es en 2013 con Siria cuando Obama convierte las líneas rojas del
presidente de EEUU en un hazmerreír. Vladimir Putin se ríe, entra en Ucrania,
se queda Crimea y se instala en Siria.
El régimen cubano tenía claro que Obama necesitaba estos
días de remedo de triunfador sobre la Guerra Fría, de paseos por La Habana
vieja y partido de béisbol. Y supo que no tendría que hacer concesiones. Es
más, no tuvo ni que exigir. Como ya había hecho en El Cairo con Oriente Medio,
Obama proclamó que eran sus antecesores como presidentes de EE.UU. quienes se
habían equivocado siempre en su trato con la dictadura cubana. Otra vez, EE.UU.
como culpable, antes de que Obama llegara a arreglarlo. Ni una palabra sobre la
verdad profunda en esta lucha ahora, siempre y en la Guerra Fría. Que radica en
que una parte defendía la libertad y la otra imponía la tiranía. Que jamás son
iguales ni equiparables. Aquí está la razón más importante por la que este
viaje pasará a la historia: la colosal escenificación del relativismo como
única virtud política. En Occidente tiene ya tal predicamento que ese gigante
que es el líder del mundo libre rinde pleitesía en su guarida a un enano
caudillo totalitario. Y el mundo aplaude aquello como un encuentro entre
iguales, como una perfecta epifanía de la armonía internacional.
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