MENOS PATERNALISMO
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 01.07.16
La decisión del pueblo británico de abandonar la UE ha
generado un profundo trauma. Sus efectos serán inmensos
ES cierto que resulta
difícil mantener una perspectiva abierta y clara ante el auténtico tumulto de
acontecimientos políticos al que asistimos en Europa en estos momentos.
Conviene saber dónde estamos. Y siempre es útil recurrir a la efeméride y
evocar cómo estaba Europa hace hoy un siglo. El 30 de junio de 1916 comenzaba
la batalla del Somme. En un tramo del frente occidental de apenas 50 km y en
menos de cuatro meses morían un millón y trescientos mil jóvenes europeos. Son
1.300.000 chicos franceses, británicos y alemanes muertos en un inmenso
barrizal de sangre. Para nada, porque el frente apenas se movió. Lo de hoy, en
eso estaremos todos de acuerdo, es otra cosa. Eso no resta gravedad a lo que
sucede y a lo que puede suceder. Porque claro está que ha vuelto el germen de
la división y la desconfianza. Y que con el recuento de la noche al 24 de
junio, asistimos al mayor revés para un camino europeo hasta ahora
incuestionable. La decisión del pueblo británico de abandonar la Unión Europea
ha generado un profundo trauma. Sus efectos serán inmensos y se prolongarán en
el tiempo. Sin que esto prejuzgue la forma en que se vaya a valorar este Brexit
dentro de medio siglo.
Hoy, en Europa
continental, la mayor parte de la opinión pública, publicada y oficial lo
consideran como un hecho muy negativo cuando no trágico. Y tienen un claro culpable.
Pero no son tan pocos los que lo ven como un paso lógico y valiente ante la
evolución de la UE, una decisión saludable para un Reino Unido siempre incómodo
con la pérdida de soberanía y control democrático y una gran oportunidad para
que la UE enmiende su rumbo y busque un nuevo equilibrio en su proyecto. En
todo caso, quienes atribuyen el Brexit poco menos que a un mero arrebato del
torpe y necio chovinismo inglés, debieran observar cómo reaccionan países muy
distintos a las cacicadas de la Comisión Europea. Véase la última: Juncker
pretende aceptar el Tratado de libre Comercio con Canadá sin consultar a los
parlamentos nacionales. Es legal permitir que lo apruebe solo ese Parlamento
europeo de políticos de desecho de tienta. Pero es un nuevo desprecio que
alimenta los recelos de las sociedades europeas celosas de sus derechos.
Imaginen que pretenden imponer de esa forma cuotas regulares de inmigración a
los miembros. El presidente y sus comisarios, cargos apañados y amañados,
muestran hábitos de ministros del Rey Sol. Y han sido de una perfecta
impotencia e ineptitud ante la crisis. Si estuvieran sometidos a un control
democrático real, Juncker y su gente habrían tenido que dimitir en bloque.
El ambiente se ha
deteriorado seriamente. Conviene no agravarlo con llamamientos al castigo o la
venganza contra el Reino Unido. Ni con fantasiosos intentos de algunos en el
caos político de Londres de retrasar indefinidamente su salida de la UE. Como
si echándole meses encima pudiera olvidarse el voto del día 23. Angela Merkel
parece ahora la más realista. Rapidez, sobriedad y limitación de daños. Y dosis
de humildad para todos esos políticos continentales autocomplacientes que
tratan como extremistas, imbéciles o viejos retrógrados a todos los británicos
que decidieron salir de la UE. Menos regañarles y menos paternalismo. Muchos
son los que no tienen ninguna garantía de que su pueblo no fuera a decidir de
la misma forma. El Reino Unido está en un lío. Pero la Unión Europea lo tiene
también y muy gordo. Porque ha de reformarse de forma convincente y urgente
para que los emuladores de Londres no hagan pronto cola.
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