EL ADIÓS AL LEGADO DE 1968
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 22.11.16
Más allá de qué siglas ganen en los muchos comicios de 2017,
hay contenidos políticos que se imponen en toda Europa
NADIE sabe definir con exactitud qué es eso del «populismo».
Pero visto cómo utilizan el término últimamente los medios y los políticos en
Occidente, viene a ser populismo todo aquello que gana en contra de la voluntad
de los medios y los políticos en Occidente. Lo de perder lo llevan últimamente
fatal los demócratas pata negra. Les pasó con el Brexit, les pasó con el
rechazo de los colombianos al cómodo cambalache del presidente Juan Manuel
Santos con las FARC, la guerrilla narcoterrorista dirigida desde La Habana, y
les ha pasado de forma estrepitosa con la victoria de Donald Trump en EE.UU.
Dos semanas después no se reconcilian con la realidad. Especialmente los
medios. Los norteamericanos continúan con su virulento hostigamiento al
presidente electo y su entorno, como si aun estuvieran en campaña. Lo cierto es
que reina la histeria al comprobarse que los votantes se rebelan contra otrora
sacrosantas consignas. El calendario es propicio para elevar la histeria a
cotas de infarto. Porque más allá de qué siglas ganen en los muchos comicios de
2017, hay contenidos políticos que se imponen en toda Europa.
En Francia no será Nicolás Sarkozy quien haga frente a
Marine Le Pen. Los franceses no habían olvidado que ya pudo hacer y no hizo lo
que ahora prometía. En la segunda vuelta de primarias de la derecha no estará
con Alain Juppé por tanto el pequeño expresidente, sino quien fuera su
maltratado primer ministro, Francois Fillon, gran vencedor de la primera
vuelta. El domingo se sabrá quién, Juppé o Fillon, se enfrenta a Le Pen. Ambos
han sido de todo menos Jefe de Estado. Lo cierto es que, con sus notables
diferencias personales, ambos tendrán que presentar un programa parecido y lo
será en gran parte porque se lo dicta la rival. Es una novedad histórica que ya
se da por hecha: en la segunda vuelta de las presidenciales, se enfrentarán una
derecha centrista y una derecha radical. La primera con postulados que eran
exclusivos de la segunda. Pero lo más espectacular será que la izquierda habrá
desaparecido. En Francia. Y eso es otro terremoto. A dos años de cumplirse el
medio siglo del 1968 de París, Frankfurt y Berkeley, se multiplican los
indicios de que Occidente está ante un agotamiento del legado político y
cultural, al credo del sesentaiochismo. Que trajo hábitos muy saludables en las
relaciones humanas pero generó infinidad de perversiones políticas y culturales
cuya deriva ha generado hundimiento educativo, desacato, tribalización,
multiculturalismo, nuevas formas de represión y vocación totalitaria en la
corrección política. Es el primer cuestionamiento global de artificios
ideológicos impuestos entonces a las sociedades occidentales. La permanente
deriva hacia la izquierda ha concluido.
Tras las presidenciales francesas, las federales alemanas.
Angela Merkel pretende seguir una cuarta legislatura como canciller. Mal lo tiene.
La gran coalición es casi imposible. Porque no alcance o porque solo conviene
ya a la derecha «populista». También allí la pugna será entre Merkel y el
derechista Alternativa por Alemania (AfD). Aunque después pudieran dar los
números para un tripartido de izquierdas del SPD, Die Linke y Verdes, el debate
político será el mismo que en Francia, entre la derecha socialdemócrata y la
nueva derecha que procedente del extremo, ha ocupado todo el espacio que se le
ha dejado. Dentro de quince días se repiten las elecciones presidenciales en
Austria con el mismo escenario: una opción de la socialdemocracia de derechas e
izquierdas con Alexander Van der Bellen frente a la nueva derecha «populista» o
«derechista» de Norbert Hofer. En las anuladas ganó Van der Bellen por un
puñado de votos. Pero como coinciden todos en Viena, eso fue «antes de Trump».
El movimiento tectónico político cultural está en marcha.
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