EL PÁNICO EN EUROPA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 15.11.16
Entramos en momentos históricos de mucha verdad. Porque la
primera verdad puede ser el colapso de la UE
EL pánico ha sido genuino entre los gobernantes europeos. Lo
único genuino en ellos, que dirían muchos. Ha ganado Donald Trump, al que ya
habían insultado antes de las elecciones para ganarse el aplauso de los coros
de la corrección política de Europa. Entonando la política con el periodismo,
todos juntos al unísono el «Trump, caca, culo, pedo, pis». ¡Qué bien se han
sentido todos como miembros de la gran familia anti Trump! Pocos han sido
capaces de felicitar al ganador sin meter alguna impertinencia en su mensaje.
Aunque pusieran en peligro las relaciones de sus respectivos países con la
máxima potencia mundial. Esa potencia que les protege militarmente y les ahorra
invertir en defensa unas fortunas con las que ellos compran servicios para que
sus ciudadanos los reelijan a ellos. Ya da igual porque esto no va a durar.
Entramos en momentos históricos de mucha verdad. Como no los ha habido desde la
II Guerra Mundial. De ahí el pánico de los líderes europeos. Pánico a la
verdad. Porque la primera verdad puede ser el colapso de la UE. Sabíamos que
tiene grandes fallas, no solo en el euro, que amenazan con ser letales para
todo el proyecto. Y carecemos de los líderes necesarios.
Los partidos democráticos se han secado o podrido. De ellos
no surgen ya dirigentes capaces de imponer una visión y liberarse de las
esclavitudes de la mediocridad decretada en el juego interno político. La única
figura en los últimos tres lustros que reunía las condiciones de un sólido
poder nacional y una posición no cuestionada, era Angela Merkel. Se estrelló
estrepitosamente. No hay nadie. Nadie tiene criterio, voluntad y fuerza
suficientes para elevarse por encima de las cada vez más densas nieblas
paralizantes de la convención ideológica, de la tiranía burocrática y
reguladora y el pretencioso despotismo de los gobernantes. Y dirigir el retorno
de nuestras sociedades a los dictados de la racionalidad, del sentido común, de
la verdad y de la ley.
Sería lo único que pueda salvar a lo que fue un proyecto de
inmenso éxito y la comunidad de derecho más próspera y compasiva del mundo de
su hundimiento en la irrelevancia, la marginalidad, la disolución y,
probablemente, el caos. El ocaso de Merkel llegó precisamente cuando atentó
contra la racionalidad y, sobre todo, contra la ley. En septiembre de 2015, con
su decisión de derribar las fronteras ante los refugiados. Se impuso por la
fuerza la violación de la ley y se demonizó al único con coraje para
defenderla, el húngaro Victor Orban. Desde entonces el naufragio no es posible
ni probable, está anunciado. El terremoto político en EE.UU. expone con toda
crudeza nuestra profunda decrepitud en el viejo continente, el miedo de una
aristocracia paralizada propia de viejo régimen.
Ahora es cuando la UE, convertida en la consumación de la
idea socialdemócrata de la redistribución despótica amable, parece
irrevocablemente condenada a muerte por desafección. La caída del andamiaje de
hipocresía, doble lenguaje y vara de medir de Hillary Clinton y Barack Obama
abre las posibilidades. Y no para imponer dictaduras soviéticas ni miserias
bolivarianas. Sino para reinstaurar el imperio de la ley y el sentido común, el
de Tom Paine. Quizás aun tarde unos años en darse, como tardó en prender a este
lado del Atlántico la chispa de «La democracia en América» que trajo
Tocqueville en el XIX. El pánico cunde entre quienes se saben incapaces de hacer
las reformas para el nuevo proyecto que necesariamente habrá de ser distinto.
Pero no peor, ni menos libre. Sino basado en la racionalidad, la libertad y la
verdad esos tres pilares que el viejo proyecto, ahíto de ideología e intereses
creados, ha olvidado.
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