TERROR, POLICÍA Y CORRECCIÓN POLÍTICA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 23.12.16
Queda clara nuestra suerte con dos cuerpos de seguridad,
Guardia Civil y Policía, de un nivel de eficacia soberbio
«HAY que evitar a toda costa el ser sospechoso». Esta frase
no es un lema para terroristas yihadistas ni para jóvenes musulmanes
radicalizados deseando serlo. Estos se mueven con enorme naturalidad y aplomo
en una sociedad abierta como la alemana, con una población generosa y deseosa
de hacer todo el bien posible para compensar un tremendo mal histórico
perpetrado o tolerado por sus abuelos. Los que tienen que evitar a toda costa
ser sospechosos son los policías. Y especialmente sus jefes, en contacto y
dependencia directa con el poder político de las ciudades y los Estados
federados. Los jefes de policía deben aplicar el máximo garantismo legal para
los delincuentes. Tiene que hacer además gala de una actitud política libre de
la mínima sospecha de prejuicios sociales, culturales, sexuales y, sobre todo, claro,
raciales. Y demostrar ser militante en la actitud favorable a la integración de
la inmigración y a las bondades de la multiculturalidad. Así las cosas, es
obvio que ninguno de los jefes de la muy fragmentada policía alemana quiere
tener fama de duro. Prefieren que se les escabullan sospechosos a tener
cualquier conflicto evitable. Las organizaciones de apoyo a refugiados e
inmigrantes ilegales conocen bien esta debilidad. Manejadas por grupos
ideológicos, étnicos o mafiosos saben que con extender la fama de racista o
ultraderechista de un mando policial acaban con él.
La necesidad de no caer jamas en la sospecha de racismo y el
miedo a ser tachados de nazis es lo que más ha politizado la policía desde los
años setenta. Solo en total corrección política hay posibilidad de promoción.
Por lo que hay tanta corrección como disposición a ocultar, ignorar o
tergiversar todo lo que la contradiga. Solo algunos grupos en los sindicatos
denuncian la situación de inferioridad y peligro real dado el desbordamiento desde
2015 que ha hecho ilusorio todo intento de controlar movimientos y resolver las
expulsiones. Ni hay control ni hay medios para restablecerlo y todos los recién
llegados lo saben. Los mismos motivos de no ser acusados de parecerse a la
Gestapo ni a la Stasi hacen imposible colocar cámaras en las calles. La policía
carece por ello con el instrumento más eficaz de vigilancia que por ejemplo en
ciudades británicas es exhaustiva. No hay imágenes porque los políticos
alemanes que en su día quisieron adaptarse a otros países fueron tachados por
la prensa, por la izquierda y por los liberales de partidarios del estado
policial. Alemania es el país más firmemente anclado en unos dogmas y certezas
del Estado liberal de la segunda mitad del Siglo XX que hoy maniatan
dramáticamente la capacidad de autodefensa de la sociedad.
En todos los países europeos es difícil asumir cambios
racionales por unos miedos lógicos y ante todo por la sentimentalización del
mensaje de nuevas generaciones infantilizadas, ignorantes y sin percepción del
riesgo. En Alemania pesa además el pasado y son fuertes esas corrientes
partidarias de la destrucción de las sociedades abiertas que hay en toda
Europa. El autoodio, la obsesión con acabar con la propia nación que hay en
sectores de la izquierda en Alemania, solo se encuentra en España. Con todos
nuestros problemas, en momentos tan duros como el actual queda muy clara
nuestra inmensa suerte con dos cuerpos de seguridad, Guardia Civil y Policía,
de un nivel de eficacia soberbio. Cuerpos que algunos intentan expulsar de
partes de nuestra geografía o destruir. La única esperanza para la seguridad de
Europa está en que las masivas y múltiples amenazas que se ciernen sobre
nosotros nos hagan recuperar parte de la racionalidad y del amor a la verdad
que el bienestar de las pasadas décadas ha destruido.
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