PUTIN Y SUS RELATIVISTAS
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 08.08.17
Quien acepte violaciones de fronteras pasadas, las acepta
futuras
ES lo que tiene el relativismo, que corrompe relaciones y
conocimientos, diluye convicciones, confunde valores, destruye compromisos y
principios y hace especialmente fácil que adquieran notoriedad quienes gustan
pasarse de listos. Cuando da igual 8 que 80 y se quiere educar a los niños
desde pequeños en la teoría de que no son chicos ni chicas, tengan vulva o
pene, y que pueden ser las dos cosas o tres o cuatro sexualidades si apetece,
cómo nos va a extrañar que los políticos hagan piruetas con los principios, los
acuerdos y hasta las fronteras y los tratados internacionales. Hay políticos
tan atados a la moda que cambian de valores defendidos varias veces en la misma
temporada. Algunos son permanente hazmerreír. No haremos sangre con Javier
Maroto, ese político del PP vanguardia en el zeitgeist que se lleva mejor con
su peluquera proetarra de Vitoria que con los fachas que votan a su partido. Al
que por presumir de su larga lucha contra la central nuclear de Garoña hay que
recordarle su voto pronuclear.
Pero hablemos hoy de otro frívolo entre frívolos, un
político alemán, que con buena lógica se ha ido a sembrar su provocación para
salir en los papeles en verano al «Nassau Beach Club» en Mallorca, donde hay
ahora más medios alemanes que a pie de la Cancillería en Berlín. Al menos
mientras las hordas nazis pancatalanistas, paradojas de la historia, no se
dediquen a la caza del alemán por las islas. Allí, el presidente del partido
liberal FDP, Christian Lindner, se ha olvidado de que pretende gobernar con
Angela Merkel después de las elecciones de septiembre próximo. Como insultar a
Donald Trump ya no da titulares, optó Lindner por un par de carantoñas para
Vladímir Putin y se unió al coro que pretende levantar las sanciones a Rusia.
Es lógico que muchos alemanes lo quieran, por sus perjuicios económicos. No lo
es que políticos que pretenden gobernar en Berlín se muestren comprensivos con
invasiones rusas en otros países. Y eso es lo que hizo Lindner al decir que
había que aceptar como algo «provisional pero permanente» la anexión de Crimea.
Y empezar a olvidarlo.
Que unos políticos alemanes, sí, del mismo país que se
repartió con Rusia todo el territorio de Polonia en 1938, que anexionó Austria
–con referéndum como Putin en Crimea–, que se merendó los Sudetes –como Putin
ha hecho con Ucrania oriental–, no puede «regalar» territorios de terceros a un
invasor ni «comprender» anexiones. Lindner es un bocazas. Pero hay más que
piensan como él. Que como Putin quiere considerar papel mojado todos los
acuerdos internacionales firmados por Rusia que reconocen las fronteras de
Ucrania. El argumento más peregrino es que Crimea había sido Rusia antes y que
pasó a Ucrania bajo Jruschov. En nada afecta eso a los acuerdos internacionales
posteriores. Perú ha sido España más tiempo que estado independiente. Y nadie
justificaría su anexión. Media Polonia ha sido Alemania, un tercio fue Austria.
El desprecio a las fronteras por un político alemán es siempre un escándalo.
Jueguen con las fronteras europeas y verán pronto qué juerga. Rusia ocupa parte
de Ucrania, un país europeo soberano que demostró heroicamente preferir morir a
volver bajo la bota de Moscú. Putin financia masivamente a partidos y medios de
izquierdas y derechas en Europa para hacer prosperar sus tesis. Es comprensible
que cuajen en la izquierda totalitaria, en grupúsculos fascistoides y en todos
esos relativistas que pululan por los partidos tradicionales. Ridículo es que
la derecha emergente europea, la que puede romper ese siniestro consenso de la
socialdemocracia que es la fuente del relativismo y del ocaso cultural
occidental, caiga cautiva de este pretencioso y brutal estafador totalitario
que es el caudillo ruso.
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